VanBaalen Caos de las Sectas unitarianismo

Van Baalen Caos de las Sectas unitarianismo, Espiritismo, astrología, teosofia, ciencia cristiana, Rosacruz, mormonismo, adventismo, Testigos de Jehová, unitarianismo.




EL CAOS DE LAS SECTAS

PRIMERA PARTE
SEGUNDA PARTE
Por J. K. Van Baalen

En esta magna obra sobre las sectas Van Baalen nos presenta 12 capítulos sobre varias sectas y unos sobre el tema en general. Las sectas que se trata son Espiritismo, Astrología, Teosofía, Ciencia Cristiana, Rosa Cruz, Mormonismo, Adventismo, Testigos de Jehová, y Unitarianismo. Hay una introducción, y dos capítulos más, el modo de comportarse las Sectas, y las facturas impagadas de la Iglesia.

Nota del editor de la versión para módulo TheWord, David Cox, Esta versión del libro no es lo mismo de versiones más modernas. Hay más capítulos en versiones más modernas.

Van_Baalan_EL_CAOS_DE_LAS_SECTAS

T.E.L.L.
941 Wealthy St. SE
Grand Rápids, Mich. 49506, U.S.A.
PREFACIO DE LA CUARTA EDICIÓN CORREGIDA Y AUMENTADA




CONTENIDO DE EL CAOS DE LAS SECTAS

1. Introducción.
2. El Espiritismo.
3. La Astrología.
4. La Teosofía.
5. La Ciencia Cristiana.
6. La RosaCruz.
7. El Mormonismo.
8. El Adventismo del Séptimo Día.
9. Los Testigos de Jehová.
10. El Unitarismo Moderno.
11. Modo de Comportarse con los Miembros de las Sectas.
12.. Las Facturas Impagadas de la Iglesia.
Bibliografía.

EL UNITARISMO-MODERNISMO

Bosquejo Histórico.
Identidad del Unitarianismo y el Modernismo.
Aversión a los Credos.
Principios Básicos.
Métodos Impugnativos.
Inmutabilidad del Modernismo.
Cambios Superficiales del Modernismo.
Modernismo Humanista.
El Modernismo y la Doctrina Cristiana.
Preguntas.
________________

Es posible que los modernistas frunzan el ceño al verse clasificados e incluso examinados junto con el espiritismo y la astrología, cuando existe entre ellos una notable diferencia. Hay tanto de bueno y de noble en el modernismo, que a veces pudiera parecer difícil clasificarlo como movimiento anticristiano. Las revistas y publicaciones modernistas luchan con uñas y dientes contra una sociedad que va corrompiendo sistemáticamente la moral de la juventud americana, con un cine que sólo exalta el sexo y el crimen, y con una literatura violenta y pornográfica. Si el obrero es injustamente retribuido y sus derechos atropellados, el modernismo denunciará sin ambages la codicia y el abuso de los grandes industriales, y los enfrentará con la «regla de oro de Jesús».

Ciertamente, hay muchas cosas buenas en este sistema. Por lo menos en la corrección y denuncia de injusticias sociales, nuestros amigos modernistas se muestran más activos que muchos cristianos ortodoxos en la fe, quienes no se dan cuenta de que condenar al mundo no es suficiente, pues a ellos les toca brillar ante los hombres, para que éstos glorifiquen al Padre que está en los cielos. Nosotros, que hemos de ser la sal y la levadura, no cumplimos con nuestro deber cuando abandonamos el mundo al diablo. Y mucho menos lo cumple la Iglesia cuando tolera el mal por temor a perder sus ingresos.

No obstante lo dicho, ¿hemos de condenar al modernismo como un «ismo» más? Ciertamente que sí, y esto por la diferencia fundamental que existe entre su declaración de que el hombre, por su propio poder, puede cumplir la voluntad del Padre, y la doctrina cristiana de que, sin el poder regenerador del Espíritu Santo, «nada podemos hacer».

El bien moral siempre es algo excelente. La justicia social enaltece a una nación. Pero de aquellos que niegan la necesidad de la muerte vicaria de Jesús, aunque con nosotros laboren hombro con hombro contra la tuberculosis y el alcoholismo, hemos de decir, con el apóstol Pablo, «aun con lágrimas en los ojos, que son enemigos de la cruz de Cristo».

Nuestra suprema lealtad, en último extremo, siempre ha de ser para el Cristo de las Escrituras.

Más de esta Categoría

No hemos de condenar mezquinamente y con estrechez de pensamiento a quienes difieren de nosotros en muchos particulares; pero cuando el carácter sobrenatural de la persona de Jesucristo y Su salvación son puestos en entredicho e incluso abiertamente negados, debemos plantarnos y decir non possumus. La ética no es necesariamente religión, ni religión es lo mismo que cristianismo.

El término «modernismo» se usa con cierta vaguedad e imprecisión en nuestro país. «El modernismo», decía el fallecido Dr. E. E. Aubrey, de la Escuela de Teología de la Universidad de Chicago, «es un método, no un credo. Los modernistas conciertan en su modo de tratar la teología, no en sus conclusiones teológicas». En otras palabras, es como el buchmanismo: un método, no un credo. «El mensaje es el método, y el método es el mensaje». Cada uno puede creer lo que le venga en gana, a tenor de su propia mentalidad, según su modo de ser. Esta es la razón por la que es muy difícil decir qué es lo que enseña y lo que no enseña el modernismo. Es más fácil decir en qué coincide tal modernista con tal otro.

Por razones históricas, así como para delimitar el término modernismo, hablaremos del unitarianismo-modernismo.




BOSQUEJO HISTÓRICO

Cuando el eminente avivacionista, Charles G. Finney llegó a Boston, en 1843, el Dr. Lyman Beecher le dijo: «Señor Finney, aquí no podrá usted trabajar como lo ha hecho en otros sitios.

Deberá adoptar un método diferente y comenzar por la base misma. El unitarianismo es un sistema de negaciones y, bajo sus enseñanzas, el fundamento del cristianismo ha sido totalmente socavado. No se haga muchas ilusiones, pues los unitarianos y los universalistas han destruido los cimientos, y la gente va a la deriva. Las masas no tienen convicciones firmes, y cualquier «helo aquí» o «helo allí» encuentra quien lo siga; no hay error, por inimaginable que sea, que no encuentre quien lo apoye.» Más de treinta años después, el señor Finney tuvo que decir: «He podido comprobar, desde aquel entonces, lo cierto de la advertencia del Dr. Beecher. Mi labor ha sido aquí más ardua que casi en ningún otro sitio en los que he trabajado. A pesar de su inteligencia, el pueblo de Boston es uno de los más inciertos y trastornados religiosamente, de todos cuantos yo he encontrado.

En todo son personas asaz inteligentes, menos en las cosas de religión. Es sumamente difícil inculcar en ellos las verdades religiosas, dado que la influencia de la enseñanza unitariana los ha llevado a un terreno en que dudan de todas las doctrinas esenciales de la Biblia. Su sistema es un sistema de negaciones, y su teología una teología negativa. Lo niegan casi todo, y no afirman casi nada. En semejante campo, el error halla dispuestos los oídos de la gente; y las más irracionales opiniones, sobre temas religiosos, encuentran multitud de seguidores.»

Estos descorazonadores veredictos, pronunciados por hombres como Beecher, que trabajó y vivió en el foco del unitarianismo, y como Finney, evangelista de gran experiencia por su labor en todo el continente, merecen toda nuestra atención. Pero además, después de medio siglo de infatigable propaganda unitariana por todo el país, nosotros mismos podemos corroborar tales declaraciones. «Los unitarianos y los universalistas han destruido los cimientos, y la gente va a la deriva», fue una aserción de un hecho histórico en 1843, pero se ha convertido en profecía. Fue la Boston unitariana el semillero de la «Ciencia Cristiana».

Miles de sus bienintencionados hijos han sido presa fácil de las diversas sectas anticristianas de hoy día, y eso sin sospechar siquiera que se han apartado de la fe cristiana, como resultado de la labor de los predicadores unitarianos, que han «destruido los fundamentos» con sus vacías negaciones. Tampoco es de extrañar que esta misma Boston, una vez puritana, luego unitariana, y finalmente sin convicción religiosa alguna, se haya convertido en el terreno de caza, fácil y abundante, de aquella extraña y antiamericana mezcla de cristianismo, paganismo y corrupta política que responde al nombre de catolicismo romano.

IDENTIDAD DEL UNITARIANISMO Y EL MODERNISMO

Negar los fundamentos de la religión cristiana es como poner el pie en la pendiente. En sus comienzos, el unitarianismo no era tan radical como lo ha venido siendo cada vez más desde entonces. Poco a poco ha ido cayendo en un torpe panteísmo, sin otra esperanza que la evolución universal. La historia de este movimiento en los Estados Unidos es triste de leer. Cuando nos enteramos de cómo muchos lugares de culto y otras propiedades de congregaciones netamente ortodoxas han caído en sus manos, siempre por métodos violentos; de cuan poco dedican a la obra misionera, a pesar de contar un siglo de antigüedad y tener entre sus miembros a muchas personas ricas; de la oposición que al principio presentaron casi todos ellos hacia el movimiento antiesclavista; de la apología que Harvard hizo del alcoholismo; cuando nos enteramos de ello, no podemos dejar de recordar las palabras de Judas: «Nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados».

Una cosa hacen para captar miembros: introducen una vigorosa propaganda entre los evangélicos por medio de ofertas de literatura gratuita publicadas en varios periódicos.
3 «Algunos años, un millón de folletos brota de la American Unitarian Asociation. Las congregaciones locales también los reparten incesantemente por millares.»
La táctica unitariana de estos últimos tiempos es algo diferente. A los ministros de convicción unitariana se les pide que permanezcan en las iglesias doctrinales sanas, y que laboren «desde dentro». Este procedimiento fue catalogado de «estratégico» por el Dr. Slaten, de la Iglesia Unitariana de West Side, Nueva York, y fue recomendado por el Dr. Palmer, antiguo director de la revista Harvard Theological Review. A su vez el Dr. J. W. Day, ministro unitariano de pro, escribía, «Muchos buenos unitarianos estan haciendo más donde están que en cualquier otro lugar. Es un hecho que están rindiendo plazas fuertes que jamás hubieran podido ser conquistadas por un ataque directo. Son los modernistas del protestantismo quienes nos están sirviendo de quinta columna (…) Necesitamos muchos más como ellos, y que se queden donde están.» Por consiguiente, no debemos sestear cuando leemos que desde 1916 a 1926 «entre los grupos protestantes, las dos denominaciones liberales, los unitarianos y los universalistas, sufrieron un descenso en su membrecía, la primera de ellas en más de 22.000 miembros». Los unitarianos, después de adueñarse de universidades y escuelas de teología, que fueron creadas y dotadas con el único propósito de propagar el calvinismo, se dedican ahora a influir en los ministros «liberales» de las denominaciones evangélicas, para minarlas «desde adentro», con el objeto de que, al final, cuando las denominaciones estén lo suficientemente laxas y revueltas, «todos sean uno».




AVERSIÓN A LOS CREDOS

Eso, naturalmente, no significa que todos los modernistas y unitarianos coincidan en todos sus puntos religiosos. Si hay algo que caracterice a los liberales de hoy, es su profunda aversión a toda doctrina establecida y fija. En esto, como en otras cosas semejantes, no se diferencian un ápice de los librepensadores, título que se sienten orgullosos de ostentar. Es posible que, por lo general, el unitariano de hoy sea algo más franco y atrevido que el común de los modernistas de la iglesias evangélicas; pero creemos que la explicación está en las «trabas» denominacionales, que aconsejan un lenguaje más circunspecto y precavido. El sentir general al respecto lo expresa típicamente el Dr. C. S. Wicks, ministro durante veinticinco años en la Iglesia Unitariana de Todas las Almas, Indianapolis.

Dice el Dr. Wicks: «Nosotros no tenemos credo. ¿Quiere decir esto que no creemos o que creemos muy poco? Antes al contrario; nuestra fe es tan grande que no hay fórmula que pueda expresarla. Para nosotros la Verdad es infinita, y no podemos encerrarla en ninguna declaración de fe (…) Cada uno de nosotros tiene su propio credo, producto de su mejor criterio y decisión; pero nadie pretende en lo más mínimo imponerlo a los demás. Lo que más se parece a un credo entre nosotros, es el Pacto o Compromiso de Unión, establecido en nuestra Conferencia General precedente, ahora fusionada con la Asociación Unitariana Americana, y que podríamos exponer en los siguientes términos: «Estas iglesias aceptan la religión de Jesús, que, de acuerdo con sus propias enseñanzas, se compendia en amar a Dios y al prójimo».»

Hasta aquí el unitarianismo. Pero, ¿qué hay del modernismo? Dejemos que sea el Dr. Shailer Mathews, antiguo deán de la Escuela de Teología de la Universidad de Chicago, quien nos hable de él. En una entrevista concedida a Winfred Ernest Garrison, dijo el deán: «La objeción que los modernistas presentan a los credos no es la de que éstos formulen los aspectos intelectuales de la experiencia religiosa, sino la de que se les constituya en prueba final y autoritaria de dicha experiencia (…) Estoy firmemente convencido de que el pensamiento religioso debe ser guardado, con absoluta precisión, dentro de los límites de lo que podríamos llamar personalismo.»

Por todo esto, resulta sumamente difícil definir el sistema teológico de los predicadores unitarianos y modernistas, haciéndolo a gusto de unos y otros. No tienen fórmula alguna que defina o declare su fe con toda autoridad y representatividad. Su teología no es sino el reflejo de su experiencia religiosa, experiencia que varía y muda según el tiempo, la personalidad y los dictados de la «ciencia».

PRINCIPIOS BÁSICOS

Empero hay algunas ideas y pensamientos que pueden ser considerados communis opinio.
«(No hay respuesta a la pregunta acerca de qué creen los unitarianos. Sólo puedo decir que hay ciertas cosas que todos creemos. Hasta donde yo sé, el unitarianismo afirma,

(1) La divinidad de toda vida.
(2) La unidad del hombre con el Eterno.
(3) La bondad esencial de la naturaleza humana.
(4) La Exaltación del Hombre por un proceso evolutivo.
(5) La universalidad de la Revelación; no a una sola raza o nación, sino que todos han tenido vislumbres de la verdad divina.
(6) El gobierno de la Ley Natural.
(7) Que el Cielo y el Infierno no son lugares, sino estados del alma.
(8) La primacía de la razón en la búsqueda de la verdad.
(9) Que la formación del carácter es el principal objetivo de la religión.
(10) Que sólo hay un principio básico en el universo, y que dicho principio tiende al bien.»




Este credo (el credo personal de casi todo unitariano, según el Dr. Wicks) es más bien panteísta, como puede verse. Existe también un cuerpo de artículos de fe de menor extensión, que es mantenido por algunos modernistas. Bruce Bar-ton, el celebrado autor de The Man Nobody Knows y de The Book Nobody Knows, aporta las siguientes «minucias»,

1. Creo en mí mismo, es decir, sé lo que soy.
2. Sé que soy inteligente (…) sé que mi inteligencia (y por mí quiero decir, naturalmente, toda la humanidad) es la cosa más sublime y poderosa que existe en el universo natural.
3. Porque soy, creo que Dios es. Una Inteligencia Divina es algo superior a mi flaca comprensión (…) pero yo sé que los hombres y las mujeres son inteligentes, y que creer que un universo sin inteligencia produjo algo superior a sí mismo (…) es un absurdo.
4. Dios debe de ser, por lo menos, tan bueno como yo, pues Él me creó, y mi inteligencia es sólo una ínfima parte de la Suya.




MÉTODOS IMPUGNATIVOS

Este unitarianismo-modernismo, con su corto número de artículos de fe, en el peor de los casos, se limita a desechar a cualquiera que diga que la fe cristiana necesita fundamentos más y más sólidos. Nos valen las palabras del Dr. Wicks, que dice: «Los fundamentalistas han marcado ya los límites. En un lado, toda la inteligencia, todo el saber moderno; en el otro, la sinceridad, sí, pero también la ignorancia y la superstición». Arrincona de un golpe, como cosas vetustas, los trabajos serios y eruditos de hombres como el Dr. James Orr, el profesor J. G. Machen y el obispo R. J. Cooke, y declara que «cualquiera que haya estudiado y pensado, sabe que no existe la más mínima evidencia» del nacimiento virginal de Jesús. O refuta el elemento milagroso como parte del Evangelio, diciendo, por ejemplo, «que la lepra que Jesús curaba era, presumiblemente, una enfermedad de la piel que tenía cura»; también que las palabras «calla, enmudece» (Mr. 4:39), Él las dirigió probablemente a sus discípulos y no a los elementos. Lo que ocurrió fue que «Su mandato coincidió con la bonanza, y por eso los suyos creyeron que el viento y la tempestad habían obedecido a la voz de su Maestro».

Pero cuando se estudia más detenidamente el unitarianismo-modernismo, entonces es cuando se ve en toda su desnudez el espíritu absolutamente negativo de este movimiento. Tengo sobre mi mesa un sermón titulado Easter Inevitable («La Pascua Inevitable»), escrito por Charles Clayton Morrison, antiguo director del The Christian Century. La introducción es un alegato de que Jesús era verdaderamente hombre; no una persona esquiva y misántropa, sino «un hombre como los demás». La primera parte del sermón comienza con las siguientes palabras: «Nuestros corazones anhelan la convicción de que fue cierto un hecho tan maravilloso como la resurrección de Jesús.

¿Dónde buscaremos las pruebas?» Continúa afirmando que existen dos clases de evidencia (lo mismo que ocurre en los tribunales de justicia de los hombres), que son la directa y la presuntiva.

Desde el punto de vista del modernismo, la «evidencia directa» no goza del menor crédito. «Si examinamos los diversos relatos sobre la resurrección, casi desmayamos por lo fragmentario de los mismos, por su dudosa consistencia, y por las posibilidades que existen de que los hechos que refieren tengan una explicación psicológica.» Por el contrario, estamos seguros, existe una fuerte «evidencia presuntiva». Una persona como Cristo no podía por menos que resucitar. «Si existe alguna garantía del hecho de la resurrección, Cristo mismo es esa garantía. Cuanto más sabemos de Él, cuanto más penetramos en Sus vivencias y sentimos el poder de Su personalidad, nos damos cuenta de que mayor milagro hubiera sido que no hubiese resucitado.

Su resurrección de entre los muertos no fue un milagro, sino la prevención de un milagro.» Y seguimos leyendo con creciente interés. Si por un lado lamentamos la poca estima que le merece al escritor la evidencia bíblica, por otro hemos de alegrarnos porque, después de todo, el espíritu religioso le obliga a admitir aquel maravilloso hecho, pilar de la religión cristiana, sobre el cual Pablo dijo: «Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados». Pero, ¡ay!, nuestro gozo y alegría rápidamente desaparecen. No bien acaba de decirnos el ex director del The Christian Century que Cristo tenía que resucitar, pues mayor milagro hubiera sido el no haberlo hecho, que acto seguido añade: «No seré yo quien quiera apartar vuestro pensamiento de lo esencial de la Pascua, para llevarlo a los meros detalles físicos de este evento extraordinario. He de confesar que mi interés por los detalles físicos es tan pequeño que apenas tengo una opinión propia acerca de los mismos.

Por ejemplo, si literalmente fue el cuerpo de Jesús lo que salió de la tumba; si Sus apariciones a Sus discípulos fueron materializaciones objetivas en el tiempo y en el espacio; si Su ascensión desde el monte Olívete, donde se dice que una nube lo recibió y lo ocultó de la vista de Sus discípulos fue física; si, en suma, la narración de éstos y otros hechos similares nos ha sido legada para ser interpretada como algo real y literal, o, por el contrario, los hechos sólo tienen un valor simbólico relativo a una experiencia impregnada de fe profunda, todo esto, digo, lo dejo a la propia interpretación de cada cual.

Para mí, lo verdaderamente esencial de la Pascua no está en que un cadáver se levantara de la tumba, sino en lo que este hecho importa como notificación a los discípulos de que había algo en su Maestro que la muerte no podía tocar, algo que no sólo pervivía sobre la muerte, sino que la transcendía y la conquistaba, algo que habla de la relación existente entre el mundo de ellos y el mundo del que la muerte es la entrada, y de que Su presencia viva estaría con ellos para guiarles siempre en sus afanes y pensamientos. Libre, pues, el relato de todos sus detalles inconsecuentes, dejamos desnuda la esencia de la fe, que no sólo vale para los primeros discípulos, sino que ha sido algo real y vivo para todos los que en el correr de la Historia han llevado el nombre de cristianos.»

El sermón continúa luego discurriendo sobre la idea de que era imposible para Él ser retenido por la muerte (Hch. 2: 24), ya que existía una exigencia moral de liberación. Y acaba brindando esta esperanza de vida eterna como acicate por el que todos pueden y deben «aceptar como suya la vida humana de Cristo, y como suya también la forma en que Él concibió a Dios y al hombre.

Aceptar a Cristo no es creer determinada doctrina, sino someterse a lo que fue Su vida y aceptarla como la de uno mismo, acompañarle en el sendero del servicio, la renuncia y la tentación».

He aquí un simple ejemplo de la predicación modernista. No es posible prever lo que significa para el predicador una resurrección sin detalles físicos, y creemos que ni él mismo lo sabe, pues de otro modo hubiera intentado decírnoslo. Tampoco podemos determinar si el «hecho esencial de la Pascua» o posibilidad de la presencia viva de Cristo en sus discípulos en este mundo, ha de ser entendida a la manera de nuestros amigos los espiritistas (¿cuál es la diferencia, qué es lo que hay y cómo es, puesto que se nos dice que hay «algo»?); y no intentemos probar la veracidad del aserto de que este «algo» innominado, con o sin «la resurrección de un cadáver» (?!), ha sido en verdad «la gran realidad» de los cristianos «por todos los siglos» (¡están muertos y se fueron como quiera que sea, y no han dejado, acerca de este tema, sino unos pocos tratados doctrinales de escasa importancia!). Esto, lo repetimos, es un ejemplo típico. Estos juegos de palabras —similares a los del Glosario de Science and Health, y totalmente adversos a todo lo que signifique doctrina— se encuentran con profusión en los sermones de Paul Hutchinson, Alfred Wesley Wishart, y otros.

Pero, ¿para qué citarlos? Baste como muestra lo que ya hemos leído de uno de sus más conspicuos líderes «liberales». El sermón al que hemos hecho referencia se publicó a continuación de dos series de sermones, debida una a los veinticinco americanos que podríamos llamar «los inigualables del pulpito», y la otra a lo más representativo de los predicadores ingleses. Ante las protestas que estos sermones levantaron, los editores rompieron una lanza en su defensa, ¡y de qué modo! Podemos decir que el sermón de réplica del Dr. Morrison puede ser considerado como espécimen genuino de lo que el modernismo es capaz de ofrecer. ¡Pobre unitarianismomodernismo! ¡Y pobre pueblo, que tan miserablemente es engañado!

Al llegar aquí, permítasenos la observación de que, por mucho que el modernismo haya podido cambiar en los últimos años, no hay cambio alguno en su renuncia y aversión al uso de términos doctrinales, lo que supone la más completa negación de las doctrinas fundamentales sobre las que se asienta el cristianismo. Cuando el Dr. Morrison escribió de nuevo acerca de la resurrección de Cristo, un pastor metodista (en 1946, sin ir más lejos) le interpeló, en demanda de una aclaración, en los siguientes términos: «¿Quiere usted indicar con ello la reanimación física del cuerpo natural de Jesús o la de cierto cuerpo «sobrenatural» Suyo; o se refiere usted, como hacen algunos teólogos, al «proceso por el que el Jesús de la Historia se convirtió en el Jesús de la Iglesia?» Le digo esto porque en mi congregación tengo casi una docena de científicos investigadores, devotos cristianos, que recusarían por completo esa forma de expresión.»

La respuesta, que apareció en The Christian Century del 10 de julio de 1946, fue la siguiente, «No pretendo conocer la naturaleza precisa del hecho de la resurrección, ni tampoco me afecta; no me concierne si Jesús resucitó con su cuerpo físico o se apareció de cualquier otra forma. En resumidas cuentas, yo pienso como Pablo, que negaba el concepto de resurrección y basaba su argumento en la idea de un «cuerpo espiritual». La declaración de Pablo es anterior a la fecha en que se escribió nuestro primer evangelio; por tanto, la naturaleza de la resurrección no tiene mayor importancia. Pero el hecho sí que es sumamente importante, pues no se concibe el cristianismo sin él.»




Uno no puede por menos que preguntarse qué clase de hecho histórico es aquel que escapa a toda definición, y que a la vez es la condición sine qua non de la religión cristiana.
Más no es ésta la única muestra de que el modernismo no ha muerto, y de que su actitud hacia el hecho de la resurrección de Cristo no ha cambiado. El finado Dr. Biederwolf expresó toda la cuestión con las siguientes palabras: «Nos referimos, por supuesto, a la resurrección de Su cuerpo.

¿Ha oído alguien alguna vez que se haya enterrado a un espíritu»? Pero exactamente en el mes de marzo de 1952, en la revista Pulpit, el Dr. Morrison declaró: «Hace mucho tiempo que han dejado de interesarme los detalles físicos de la resurrección». Y el Dr. Robert J. McCracken, sucesor de Fosdick en el pastorado de la iglesia de Riverside, se expresaba así en The Christian Century (9 de abril de 1952): «La clave de toda la filosofía griega es la inmortalidad; la del Nuevo Testamento es la resurrección: no un dogma frío sobre la supervivencia de alguna vaga e intangible esencia, sino el restablecimiento de una vida personal más allá de la tumba, la convicción de que la personalidad toda, investida con el don divino de un organismo perfecto, pervive y acude al encuentro de su Dios. Esta es la verdadera sustancia de la fe pascual.» ¡Cuan diferente lo que leemos en Lucas 24:39,40 y I Corintios 15:35 y 36!

El Dr. Reinhold Niebuhr, principal exponente de la teología dialéctica modernista, o sobrepasa al Dr. Morrison, o en realidad lo que ocurre es que se expresa con más honradez y sinceridad. No duda en decir que la resurrección es «un mito», y que el relato de la creación, según la narra el Génesis, es otro «mito». La ira eterna de Dios es «un símbolo de las imprevisibles posibilidades de eternidad que pueden presentarse en el tiempo». La encarnación de Jesús, en opinión de Niebuhr, es «una ofensa a la razón». La doctrina definida en el Credo de Calcedonia sobre las dos naturalezas no es sino «el literalismo estúpido de la ortodoxia».

Jesús no sólo se equivocaba a veces, sino que no hubiera podido ser tentado si antes no hubiese pecado. Jesús no es el Cristo, sino la creación o manifestación ideal de Cristo, ideal que sobrepasaba Sus propias posibilidades. No fue el Adán histórico el que cayó de la justicia original. Todo viviente es Adán, y la caída es un conflicto interno «entre lo que es la vida y lo que debe ser; entre las posibilidades ideales hacia las que nos mueve la libertad, y el impulso del egoísmo, cuya razón más bien enciende, que no mitiga».

Así, pues, no es de extrañar lo más mínimo que Niebuhr no mencione para nada la sangre expiatoria de Cristo, y sí en cambio «la cruz», por ser para él «la derrota del amor». La segunda venida de Cristo (el «ideal») se convierte en Niebuhr en un símbolo mítico La ciencia enseña que es imposible que el cuerpo humano se levante de la muerte. Por eso nosotros creemos más bien en la inmortalidad del alma que en la resurrección corporal.

El poder de la cruz descansa exclusivamente en la «conversión» del pecador, que es como una confesión del hecho de que no hay salvación sin la intrusión de gracia divina, con virtud renovadora, en la vida de la persona. El arrepentimiento y la conversión van seguidos de una sensación de alivio, por cuanto el hombre, que sigue siendo imperfecto, es juzgado por Dios según «el Cristo en nosotros», que «no es una posesión, sino una esperanza».

Todo esto es, por supuesto, el resultado de la negativa de Niebuhr a reconocer que la Biblia contiene la verdad objetiva y normativa, dada por Dios a los hombres.




INMUTABILIDAD DEL MODERNISMO

A estos escritores les gusta referirse al «pensamiento moderno», como si fuera algo totalmente nuevo y superior a la mentalidad atrasada y nada científica de los bárbaros tiempos que acaban de finalizar; cuando lo cierto y verdadero es que todo su sistema es tan antiguo como los siglos. Puede que el Aufklarung del siglo XVIII no contara en su haber con profusión de términos peculiares del dogma de la evolución, pero la esencia de sus puntos importantes es la misma. Ernest Gordon, en su capítulo «Modernist Antiques, or the Oíd and the New Enlightenment» (The Lessons of the Sadducees), pacienzudamente traza un paralelo entre las citas de los liberales del siglo xvm y los modernistas del xx: la semejanza es más que accidental. Y el Dr. Dowkontt nos brinda páginas y más páginas de confrontaciones de citas tomadas de The Age of Reason, del deísta americano Tho-mas Paine (1793), y de The Modern Use of the Bible, de Harry Emerson Fosdick (1924), entre las cuales la desemejanza es sólo la que se puede esperar, normalmente, entre dos obras de diferentes autores que tratan un mismo tema.

8 Empero no es esto todo. Los unitarianos, según el historiador eclesiástico profesor Malker, son «sin lugar a dudas de tendencia arriana». En cuanto a que los modernistas son igualmente arríanos, el autor lo ha demostrado en relación con otros temas.

8 Como tales se relacionan con el rusellismo, a semejanza de dos ramas de un mismo tronco. El rusellismo es el tipo de arrianismo que dice creer en la inspiración de la Escritura, pero que pervierte ésta en sus enseñanzas. El unitarianismo, por su parte, es la especie de arrianismo que abiertamente y sin tapujos niega la inspiración de la Biblia.

CAMBIOS SUPERFICIALES DEL MODERNISMO

Es cierto que el modernismo ha cambiado algo durante los tres últimos decenios. El optimismo superficial que caracterizó al movimiento en sus principios, ha dado paso a una consideración más sobria de la vida. Dos guerras mundiales, en las que se puso claramente de manifiesto la increíble ferocidad del hombre contra el hombre, amén de la «depresión» universal que medió entre ambas, han atemperado un tanto la euforia y entusiasmo de los «teólogos liberales». Wilhelm Pauck, H.

Richard Niebuhr, Reinhold Niebuhr, H. P. Van Deusen, y otros muchos se han alzado contra «el optimismo superficial» de la época de Coolidge. Ha llegado la hora del mea culpa y del reconocimiento de la pecaminosidad de la naturaleza humana. Así, disimulan su liberalismo con simples cambios en la fraseología, con términos que, en su mayor parte, han sido tomados del acervo de la vieja ortodoxia.

«La doctrina rusoniana sobre el hombre es la maldición del tiempo en que vivimos. Y es maldición por cuanto ha sido aceptada como verdadera, cuando es manifiestamente falsa (…) Los grandes males que atribulan al mundo moderno y amenazan con destruirlo, son frutos directos de la doctrina que afirma la bondad inherente a la naturaleza humana. Es esta doctrina la que ha hecho que el hombre se erija a sí mismo en medio y fin de todas las cosas, y la que ha plagado el mundo de todo tipo de cultos a la raza, la estirpe y la nación. Y en la medida en que esta teoría continúe prevaleciendo en el pensamiento del mundo occidental, debemos esperar los horrores de la guerra y la revolución; porque su lógica despoja al hombre de toda sensación de temor o reverencia, y finalmente hace que se alce contra sus mismos semejantes.»

Estas palabras de F. P. Miller aparecen como paralelas, en el mismo volumen, a las de H. R. Niebuhr: «El modernismo ha intentado interpretar la religión en todos sus aspectos —filosófico, histórico, psicológico, doctrinal y práctico— desde el punto de vista de la antropología. A pesar de todo su conocimiento teórico y práctico de la religión, ha perdido a Dios. De ahí que al tropezar con los conflictos de la vida humana, hasta tal punto se halla condicionado, que ya no puede hablar con la autoridad u objetividad que es de esperar de quienes creen en Dios. En este particular, el modernismo se acerca peligrosamente al pensamiento herético del humanismo.»





«Desde el mismísmo principio», continúa el Dr. Niebuhr, «el modernismo ha dado el cristianismo por supuesto, y siempre ha pensado y obrado sobre la base de una Iglesia existente. De hecho, su propósito principal ha sido y es la defensa de la Iglesia. El modernismo es un movimiento apologético (…) Mas a pesar de todo esto, hay dos preguntas que exigen una clara contestación. Qué es el cristianismo y qué es la Iglesia.

Las respuestas que dio Harnack, con la confianza que le daba su erudición y con el aplomo de su caballerosidad, hace mucho tiempo que se tienen por incompletas, y las preguntas persisten. ¿Y quién entre los modernistas podría darles una respuesta convincente?»
Fácilmente se ve por estas citas que hay menos optimismo entre los modernistas que el que había en la pasada generación, y que están menos satisfechos con las metas alcanzadas de lo que era de esperar de sus optimistas y confiadas perspectivas.

Desde el punto de vista evangélico, uno no puede por menos que alegrarse de este cambio.
Sin embargo, cuando miramos la cosa más de cerca, sólo el desaliento nos asalta. El cambio no ha sido radical: no va al fondo de la cuestión.

La perspectiva modernista es ahora menos rosada porque los hombres se han visto defraudados. Volver al Dios que se propugna, no es volver al Dios de la Escritura. El arrepentimiento de que se habla no es lo suficientemente profundo. El modernismo todavía confía en su propio brazo. El resultado es, con frecuencia, un pesimismo tan acérrimo como lo fuera el optimismo de otros días.

Edward J. Carnell hace notar propiamente: «La neortodoxia es la obra del pensamiento liberal de antaño. Barth, Brunner y Niebuhr se formaron en el liberalismo. Y los trágicos sucesos de la historia, junto con el descubrimiento de Kierkegaard, les han hecho pasar de la inmanencia a la trascendencia. Empero una de las presuposiciones liberales que ningún miembro de esta escuela ha sido capaz de echar de sí, es la hipótesis de que la ciencia y la alta crítica han aplastado para siempre la doctrina de la inspiración plenaria de la Biblia.»

«El análisis cristiano de la vida», dice Reinhold Niebuhr, en su obra An Interpretation of Christian Ethics, «lleva a unas conclusiones que parecerán morbosamente pesimistas a los modernos, inmersos como están todavía en su optimismo evolucionarlo.»

«Bajo la tenue capa de la propia satisfacción y seguridad», declara el Dr. Van Dusen, «el hombre de hoy es un ser extraordinariamente desconcertado y un mortal profundamente infeliz (…) Hoy [1935], nos enfrentamos a una generación que ha perdido la confianza en sí misma, una generación desencantada de sus propias dotes de mando, desilusionada del significado de sus propios logros y de su capacidad para salvar los tambaleantes restos de su espléndido campo de acción. El floreciente optimismo de ayer se ha marchitado en una noche.»

Mas, ¿cuál es el remedio que nos ofrecen estos hombres desilusionados?
Para empezar, digamos que esperan sanar al individuo sanando a la masa. El curalotodo de siempre no ha sido desechado. «El evangelio social» sigue siendo la gran esperanza. Así, Van Dusen proclama, en primer lugar, lo que la historia enseña: «El desenlace final de la historia está bajo el control de Dios». Lo segundo que hemos de aprender —dice él— es «la determinación moral de la historia». La influencia divina sobre la sociedad es continua e incesante, y tiende al bien. En tercer lugar, aprendemos que «la influencia de Dios sobre la sociedad se discierne más fácilmente como juicio y como disciplina». La historia enseña, aun hoy día, que la paga del pecado es muerte.

Y en cuarto lugar, descubrimos que «la interpretación cristiana de la historia nos presenta los únicos caminos por los que los males sociales pueden ser rectificados de un modo sano y permanente. También nos dicta las condiciones para un cambio social eficaz, y los métodos que en dicha pugna el cristiano debe adoptar y apoyar.» En una palabra, pues, éste es «El Mensaje para una Sociedad en Crisis».

Se observará que tanto la enfermedad como el remedio son diagnosticados como sociales.
¿Entonces, no hay mensaje para el individuo? Cierto que sí: existen los «Dones de la Religión Personal», que son: «Visión, Intuición, Radicalismo y Fe». Cuando se pregunta qué se entiende por fe, replicamos con las mismas palabras del Dr. Van Dusen: «Si se nos preguntara cuál es la más urgente necesidad de estos tiempos, contestaríamos sin titubeos que hombres y mujeres de gran tenacidad.»

El Dr. E. E. Aubrey nos dice que «la nueva psicología social nos ha llevado casi a un nuevo concepto del individualismo, al sostener que la personalidad individual es un producto social. Esto da un nuevo giro al tema del individualismo».

Y un poco más adelante afirma: «Esto nos sirve para explicar la interpretación del cristianismo en términos de valores individuales, y para probar la autoridad y la doctrina por la experiencia individual, conceptos en los que se hace gran énfasis en la predicación moderna». Esto significa que el individuo es tratado como una unidad de la sociedad, por lo que la experiencia individual responde por cualquier doctrina que el individuo crea. La razón por la que el buchmanismo (que enfatiza similarmente el concepto doctrinal como fruto de la experiencia) es severamente criticado en los círculos modernistas, no está, como es lógico, en esta idea fundamental que ambos sostienen de consumo, sino más bien en que los modernistas tachan a aquellos de «pietistas», esto es, que enfatizan el cambio personal en detrimento de la importancia adecuada al «evangelio social».

El Dr. Wilhelm Pauck, como podemos observar a continuación, no tiene solución alguna que ofrecer. Escribiendo sobre «La Crisis de la Iglesia», concluye: «Las consideraciones de estas páginas (…) no ofrecen la solución del problema que en ellas se trata (…) Pero tienden a solucionarlo, por cuanto contienen la observación de que una generación que ha alcanzado mayor capacidad que ninguna otra para controlar el mundo, anhela la santificación por un nuevo concepto y sentido de Dios. El espíritu de secularismo actual ha creado una crisis entre la antigua religión y la contemporánea. Un nuevo sentido religioso, basado en una nueva certidumbre de Dios, debe, a su vez, poner al espíritu de secularismo en crisis.

Cuando esto ocurra, estaremos salvados. Quizá no esté lejos el día en que un profeta se levante de entre nosotros, quien, poseído por el temple y el espíritu de nuestra era, con tal poder y autoridad nos hable en nombre del Dios vivo, que todos los que anhelan salvación serán movidos a escucharle. Mientras tanto, debemos aprender a ser humildes, con la seguridad de que Dios, Señor de toda vida, ha puesto Su mano sobre nosotros en esta crisis. Y debemos aprender a orar: Creemos, oh Señor, ayuda nuestra incredulidad. Quien tenga autoridad para decir que esta oración ha sido escuchada, será la cabeza del movimiento por el que la crisis será vencida.»

Muy cierto. Pero el hombre que ostente tamaña autoridad deberá volver nuestros ojos «a la fe una vez dada a los santos». Jesucristo vino a dar su vida en rescate por muchos; y no fue propósito de Dios que los hombres del primer siglo se salvaran por Su sangre, y que los del siglo xx lo fueran por otro medio más fácil o menos costoso.

La vaguedad, o más bien la falta absoluta de contenido doctrinal de la gran mayoría de los modernistas actuales, así como la notoria aversión a los credos de fe y confesiones doctrinales que sentían los primitivos unitarianos, nos obligan a enfrentar entre sí los veredictos de los modernistas.

El Dr. Aubrey decía: «El modernista puede cooperar con cualquiera que busque sinceramente luz, tanto si es archiconservador como si es humanista, pues ambos persiguen el mismo objetivo.»

Esto puede que sea verdad, por ejemplo, cuando se trata de promover una campaña en pro del cierre de los bares antes de medianoche o para proscribir la prostitución. Pero cuando se trata del servicio debido al «Señor de toda vida», recordamos a los modernistas que el Dr. Morrison escribió una gran verdad en la revista The Christian Century, en st número del 3 de enero de 1924. Por regla general, el Dr. Morrison acostumbra a hablar más claro cuando escribe sobre temas sociológicos que cuando se mete en el campo de la teología. Pero en aquella hora lúcida, no pequeño fue el alboroto que formó con su editorial «Fundamentalism and Modernism: Two Religions». «Podemos estar cantando hasta el día del juicio el «Sagrado es el amor que nos ha unido aquí», que no podremos fundir estos dos mundos en uno.

El Dios de los fundamentalistas es uno, y el Dios de los modernistas es otro. El Cristo de los fundamentalistas es uno. y el Cristo de los modernistas es otro. La Biblia de los fundamentalistas es una, y la Biblia de los modernistas es otra. La Iglesia, el Reino, la salvación, la consumación de todas las cosas tienen un significado para los fundamentalistas, y otro para los modernistas. ¿Qué Dios es el de los cristianos, qué Cristo, qué Biblia, qué Iglesia, qué Reino, qué salvación? El tiempo lo dirá.»

Hemos de dar las gracias por lo que cándidamente se admite en la primera parte de esta cita.

En cuanto a la segunda, no podemos estar de acuerdo con ella. Con el doctor Morrison diciendo que «existe en ello un antagonismo tan fuerte e inflexible como el que existe entre el cristianismo y el confucianismo», no tenemos necesidad de esperar a que pase el tiempo para saber cuál de estas dos religiones es la cristiana. La religión cristiana es un fenómeno histórico tan definido como lo pueda ser el confucianismo, o el taoísmo. Lo que la religión cristiana es, lo mostrará innegablemente la investigación histórica. Y tal investigación traerá a la luz que la religión cristiana ha confesado siempre el Dios, el Cristo, la Biblia, y la salvación del sobrenaturalismo, que son, exactamente, el Dios, el Cristo, la Biblia y la salvación que niegan los modernistas. Cuando el Dr.

Morrison decía en su editorial que «el cristianismo, según el fundamentalismo, es otra religión», este modernista, una vez popular, debiera haber tenido el coraje de sostener sus propias convicciones.

¡En lugar de The Cristian Century, debiera haber titulado a su a su revista The Modernist Century!

Como otras muchas personas, al Dr. Morrison le gustaba ardientemente ser llamado cristiano, al tiempo que sin reparo alguno rechazaba el cristianismo bíblico e histórico.
Durante la segunda guerra mundial, mientras los Estados Unidos no tomaron parte, el modernismo americano mantuvo su postura pacifista. Pero cuando nuestra nación se vio de repente envuelta en la contienda, por el ataque japonés a Pearl Harbour, el 7 de diciembre de 1941, el sueño modernista fracasó. El Dr. Morrison, patrocinador de «la ilegalidad de la guerra», abandonó abiertamente su pacifismo y escribió sobre la guerra como «Una Innecesaria Necesidad».

El general Sherman —decía Morrison— había proclamado, sin pensarlo, una grandísima verdad teológica al llamar a la guerra, infierno.




Aquello fue una hábil maniobra por la que la guerra quedaba excluida de ser catalogada como buena o mala moralmente, y hacía del asesinato de sus semejantes por hombres que habían afirmado que bajo ningún concepto obedecerían al gobierno hasta el punto de matar, un «acto amoral».

«Nadie en el infierno llama al infierno pecado; y por la misma razón la guerra tampoco puede ser llamada pecado. Una vez en el infierno, nadie piensa que sea su «obligación» el «salir» de él o «rehuirlo». De la misma manera la guerra sólo puede ser rechazada antes de entrar en ella, o sea, cuando se está en paz. Nadie en el infierno piensa en «testificar» contra el infierno, rehusando tomar en parte en alguna de sus funciones. Tampoco piensa nadie en catalogar de «justas» determinadas actividades infernales, con el propósito de empeñarse en ellas. Y ciertamente nadie en el infierna se imagina que debe justificar cualquiera de sus propias egoístas actividades, buscando para ellas el beneplácito de Dios.
«El único pecado contra el que un alma en el infierno puede testificar, es el pecado que la llevó allí. La única justicia de la cual puede dar testimonio es la justicia del juicio de Dios al condenarla al infierno en que se encuentra. El infierno es aquel ámbito, condición, o situación —llamadlo como queráis— donde el bien y el mal han perdido su característica distintiva, donde lo bueno es malo y lo malo bueno. Y esto es precisamente lo que es la guerra, que responde, cuando es total, a esta descripción en sus más pequeños y asombrosos detalles.»

Así escribió el Dr. Morrison ¿Qué qué hay de malo en esto?

No ciertamente lo que dice al respecto el Dr. Albert Edward Day, ex vicepresidente del Consejo Federal de Iglesias de Cristo de América, organización rebautizada como Consejo Nacional de Iglesias de Cristo de los Estados Unidos de América. He aquí sus palabras, «El infierno no es un conjunto de circunstancias externas, sino la corrupción interna. Jamás se está en el infierno; se es infierno. El infierno no es el mal o el daño que el hombre recibe de sus semejantes o de las circunstancias, sino su propia desintegración interior. No es algo a lo que Dios condene al hombre, sino la separación de Dios provocada por una atrofia o suicidio de las facultades por las que la Divinidad se acerca al hombre y éste guarda comunión con Él. La persona no se arrepiente de nada en el infierno: ni del mismo infierno, ni de los pecados que han hecho el infierno. Se pierde toda capacidad de arrepentimiento porque se ha desechado a Dios, el único capaz de mover a contrición. No

se tiene conciencia que atormente, sino sólo el tormento de la falta de conciencia. Consecuentemente, no existe posibilidad alguna de elección moral: uno se ha convertido en un infierno, toda tendencia moral ha quedado paralizada. La guerra no es el infierno.»
He aquí la forma en que estos racionalistas se valen de la terminología de la Escritura para expresar sus propios conceptos y, de paso, contradecirse unos a otros.
Sólo con que volviesen a las Escrituras inspiradas, e inquirieran el significado de «arrepentimiento», «juicio», «infierno», dejarían de cambiar tan frecuentemente de posición o parecer.




El dramático libro del Apocalipsis, con sus ciclos reiterativos de pecado, sus juicios y apoteosis, nos presenta un cuadro muy claro y distinto.

Tomemos, por ejemplo, el tercer ciclo, el de los siete ángeles que tocan las siete trompetas (caps. 8 y 9). Vemos cómo los pecados de las naciones apóstatas son visitados por juicios de la naturaleza: en la tierra (8:7), en el mar 8:8,9), en los ríos (8:10,11), en los cielos (8:12). Todo esto está en lenguaje simbólico, recordándonos las calamidades físicas del Antiguo Testamento, con rasgos adicionales para aumentar su horror.

Luego, como a pesar de estos castigos nadie se vuelve a Dios, un ángel anuncia que otras tres trompetas serán el preludio de otros tres juicios, cuyo rigor sin igual nadie hasta entonces ha experimentdo en la tierra (8:13). Por eso se les llama «ayes».

Dos de estos ayes se describen en lenguaje muy gráfico y pintoresco. La quinta trompeta inaugura la influencia creciente de los demonios, que habrán sido soltados para atormentar a los hombres despojándoles de toda luz de justicia y santidad (9:1-11).
La sexta trompeta da paso a un cuadro de guerra total, cual jamás la ha habido, como juicio divino terribilísimo que asolará la tierra (9:13-19).

A continuación sigue esta terrible sentencia: «Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar, y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos.»




A esta situación debería seguir, lógicamente, el sonido de la séptima trompeta; pero se interrumpe la acción dramática, y un interludio consolador se oye (10:1 a 11:14).
Cuando suena la séptima trompeta, se nos ofrece una visión de la bienaventuranza eterna que sigue al juicio final, si bien este juicio no nos es descrito hasta que acaba el último de los ciclos (20:11-15). Al llegar ahí, se nos dice lo que es el infierno. El infierno es el estado al que serán condenados, después del juicio final, todos aquellos que no se arrepintieron con los juicios divinos previos, que uno tras otro amonestaron a buscar redención, de la ira que ha de venir, en «la sangre del Cordero.»

La guerra, pues, no es el infierno; ni tampoco el hombre. El infierno es la respuesta final de Dios a un mundo que rechaza la dádiva salvadora de Su Hijo. La guerra es sólo un aviso, un precursor del infierno.
Tampoco fue la última contienda la calamidad final que precede a la venida de Cristo. El Rey de reyes y Señor de señores continúa congregando «una gran multitud, la cual nadie podía contar de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas», que Juan vio «delante del trono y en la presencia del Cordero» (7:9), al final de uno de los primeros ciclos.
En su juventud, el autor de la presente obra se preguntaba cómo podría alcanzar la destrucción a todas las naciones a la vez. Los últimos inventos y descubrimientos de un mundo apóstata han desvelado claramente esta incógnita. Ni siquiera la segunda guerra mundial afectó a todas las naciones. Grandes continentes, cuyas fuentes de riqueza apenas han sido explotados, permanecieron indemnes. Pero cuando en una guerra futura las bombas nos caigan de la estratosfera, y desde un continente se destruyan las áreas metropolitanas de otro, se cumplirán las palabras de Cristo: «Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados» (Mt. 24:22).

En aquellos días del fin, se levantarán falsos cristos y falsos profetas, como se están levantando ya hoy, y han sido descritos en este volumen.

Entonces, cuando el sueño humanístico de este evangelio fraguado por el hombre, el evangelio modernista de tolerancia, buena voluntad, hermandad y democracia, haya acabado en el colapso total de una civilización que debe su progreso y desarrollo a la luz de Cristo, bien que usada para fines perversos e impíos, entonces, «como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre» (Mt. 24:27).

Y a continuación el juicio final; y los impenitentes tendrán «su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes» (Mt. 24:51).

«Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia» (II Pedro 3:13).

Nos toca a nosotros ahora responder a la pregunta de nuestro Señor: «Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?» (Le. 18:8).

MODERNISMO HUMANISTA

Algunos modernistas de hoy día se ofenden porque a veces se les aplica el calificativo de humanistas, y prefieren que se diga que el modernismo es «antropocéntrico», y no humanista. Pero, ¿no son éstos dos nombres que definen una misma cosa? El Dr. Walker ha hecho, acerca del Renacimiento italiano, precursor del humanismo medieval, la siguiente declaración: «Cuando se estudian todos estos elementos, se ve que el Renacimiento entrañaba esencialmente una nueva concepción del mundo, en la cual se enfatiza más la vida presente, la belleza y la satisfacción —el hombre como hombre— que el cielo o el infierno futuros, y el hombre como objeto de salvación o perdición. El medio por el que se obró esta transformación fue el renovado aprecio por el espíritu de la antigüedad clásica, particularmente centrado en sus grandes manifestaciones literarias».

Sustitúyase «Renacimiento» por «unitarianismo-modernismo», «antigüedad clásica» por «ciencia moderna», «manifestaciones literarias» por «descubrimientos», pásense todos los verbos al tiempo presente, y la declaración servirá con igual propiedad para el nuevo humanismo.

Este humanismo se observa incluso en los himnos estrictamente unitarianos, a los cuales nos hemos referido muchas veces en estos últimos años. Nuestros amigos modernistas, al final se han dado cuenta de la incongruencia que supone concluir un culto, en el que la resurrección de Cristo ha sido negada, con un himno que dice: «Aleluya, Cristo ha resucitado». Fue esta situación la que hizo al Dr. Francis L. Patton decir, con un guiño: «Bueno, por lo menos nos han dejado el coro». El muy divulgado y utilizado himnario titulado Hymns of the United Church, con su compañero Hymns for American Youth, contiene una extraña mezcla de himnos ortodoxos y heterodoxos. El himno que transcribimos a continuación ha sido ampliamente anunciado como «página típica de este himnario», 1 Fue mi Maestro un obrero De labor día tras día.

Si quieres ser como Él, has de seguir su dechado. Grato, tú, trabajo honrado. Grato, tú, justo sostén. Allá do se halla un obrero, El Maestro está también.

2 Fue mi Maestro un gran amigo, Amigo fiel y sincero.

Si quieres ser como Él, Has de ser buen compañero. En horas de gozo y bien, Y en las de pena callada, Do se halla un camarada, El Maestro está también.

3 Fue mi Maestro ayudador.

De la vida conoció las penas.

Si quieres ser como Él, La carga has de llevar, ajena. Carga más suave y liviana Si todos prestan sostén.

Y allí do todos se aman, El Maestro está también.

4 Hermanos bravos y nobles, Agrupémonos a una, Porque el que es nuestro Maestro Es el Hombre entre los hombres. Si quieres ser como Él, Doquiera hallarás parabién, Y donde reina el amor, El Maestro está también.

El mérito y belleza de tal producto como éste, está, en primer lugar, en la melodía, que ha sido «adaptada de Mendelssohn», y luego en el uso casi universal que puede hacerse del himno. Si alguna vez tuviese lugar un culto de espiritistas, teosofistas, masones, rusellistas, mormones y bahaís, con un generoso aderezo de unitaria tíos y modernistas, seguro que no encontraríamos un himno más apropiado a esta heterogénea multitud, que tal «página típica de este himnario». Nadie presentaría objeciones al «cantemos todos, por favor». Pero no sólo esto, sino que semejante muestra típica, mutatis mutandis, podría ser también recomendada a los fieles de otras religiones, visto que sus profetas tienen un nombre que, en la mayoría de los casos, no pasa de tres sílabas.

Así por ejemplo, «Fue Mahoma un obrero de labor día tras día», no sonaría del todo mal. Sólo con unas ligeras alteraciones, este «himno» podría prestar un excelente servicio como himno nacional internacional. Los alemanes, por ejemplo, podrían cantar «Fue el viejo Bismarck un obrero de labor día tras día. Allá do se halla un obrero, el conde Bismark está también». De la misma manera, los americanos difícilmente pondrían objeción alguna a la paráfrasis: «Fue nuestro Lincoln ayudador, de la vida conoció las penas. Si quieres ser como él, la carga has de llevar, ajena». El himno, pues, puede ser ampliamente utilizado. Lo difícil en esta cuestión está en averiguar por qué se le llama himno. Normalmente los himnarios contienen canciones o cánticos religiosos; pero esta «página típica» carece por completo de los más ligeros visos de religión, a no ser la que supone el culto y la adoración del hombre.

Este capítulo se haría interminable si tratáramos de traer a colación las innumerables y tornadizas opiniones que se dan en las filas de un sistema que valora más el método que el contenido del mensaje, y que produce libros como el titulado One Man’s Religión.

Puesto que, a pesar de todo, la influencia del Dr. Morrison continúa siendo popular y notoria entre las iglesias locales, a continuación incluimos unas cuantas observaciones de su provocativa serie de trece artículos, titulada Can Protestanúsm Win America?

14 Aunque es imposible tratar en detalle la totalidad de estos artículos (que son un llamamiento a un «ecumenicismo» sin denominación ni doctrina alguna, una unión o conjunción de esfuerzos bajo el «Señorío de Cristo, en contraposición a la unidad del catolicismo e idéntica conjunción bajo el dominio del Papa), queremos hacer ciertas consideraciones que arrojarán luz sobre este último intento del modernismo.
Nuestra primera consideración es sobre el artículo «The Wasted Pofwer of Protestantism».
Aunque es cierto y necesario que se denuncie hoy más que nunca el escándalo que supone la división en el seno de las iglesias, que se desmembran a veces en una veintena de diferentes grupos con sus escuelas dominicales y todo, pugnando unos con otros y solapándose en sus funciones, en ciudades que no llegan a los diez mil habitantes, con el consiguiente y triste despilfarro de dinero y energías, 16 la solución del problema no puede hallarse en el método del Dr. Morrison, que no llega a ver cómo el pecado es la causa de la presente división. «El pecado por un lado, y la gracia por otro, explican la distinción que existe entre los creyentes y los incrédulos, y hacen que la hermandad universal humana, de la que los modernistas tanto les gusta hablar, sea una cosa totalmente imposible. La diferencia entre los amigos y los enemigos del Cristo de la Escritura no sólo se encuentra en el mundo, sino también en la iglesia. En una palabra, hay verdad y error en la Iglesia visible; existe una Iglesia verdadera, pero también una falsa. Hay iglesias que llevan el nombre de Cristo, pero que son sinagogas de Satanás. Sin embargo, no vemos la más leve mención de estas diferencias en los artículos del doctor Morrison. Su llamamiento a la unión se basa en el supuesto de que todas las iglesias, por lo menos las llamadas protestantes, pertenecen al cuerpo de Cristo, y que ninguna tiene derecho a rechazar la comunión fraternal con sus hermanos espirituales.»

Nuestra segunda objeción importante es contra la tesis propugnada por el Dr. Morrison, en la que dice que el ecumenicismo debe basarse en el «Señorío de Cristo». No es éste un ecumenicismo muy cristiano (por muy elevado que sea su contenido ético), por cuanto no se basa en la verdad revelada. Los evangélicos nunca podremos reconocer como realmente cristiano un concepto del Señorío de Cristo que no esté basado en la norma objetiva dada por Dios, sino en «la dignidad del individuo, cuya capacidad para responder de sí mismo directamente a Dios» es considerada prescindiendo de la Escritura infalible.

En estrecha relación con esto, queremos formular, como tercera objeción al llamamiento del Dr. Morrison en pro de un protestantismo ecuménico, su crasa imprecisión histórica sobre uno de los puntos básicos. El Dr. Morrison, en «Protestant Misuse of the Bible», a fin de remachar su postura pro un protestantismo unificado, afirma que el mismo ha errado al considerar la Biblia como Palabra inspirada de Dios, y arbitro y autoridad final en materia religiosa. Este punto de vista es el que ha dado origen a las diversas denominaciones, pues ha sustituido un hombre por un libro, bien que el principio sigue siendo el mismo. «Roma puede señalar [en el protestantismo] más de 200 «iglesias» denominacionales, y decirnos burlonamente en la cara: «Estas iglesias desmienten vuestra pretensión ecumenicista.

Vuestras ‘iglesias’ denominacionales son, cada una de ellas, pobres imitaciones de Roma, que se apoyan en la misma base que vosotros decís fue la causa que os obligó a dejar la Iglesia Católica Romana, a saber, la interpretación infalible de una Biblia infalible. Nosotros tenemos un vicerregente de Cristo; vosotros tenéis más de un centenar». Cada palabra de esta acusación sería cierta, y la burla con que es esgrimida tendría toda su razón de ser.»

La forma en que se enfoca esta cuestión es exagerada y palpablemente inexacta. En primer lugar, ninguna iglesia protestante ha pretendido jamás ser infalible en la interpretación de la Biblia.

Pero en segundo lugar, y la cosa es más pertinente, Morrison trata de reforzar su tesis con la sorprendente afirmación de que Calvino es el culpable de esta consideración autoritaria de la Biblia.

«Calvino, como primero había sido abogado, interpretaba la Biblia como si fuera un libro de leyes, infalible y por igual autoritario en todas sus partes y en cada una de sus palabras». De Lutero dice que no consideraba a la Biblia, sino a Cristo, como Palabra de Dios.

Este punto de vista, que discrimina entre los Reformadores y dice que Lutero hallaba a Cristo «donde el Libro indica que debe ser hallado, a saber, en la comunidad viva de los creyentes, de entre los cuales Su presencia viva jamás se ha apartado», y que para Calvino «la Biblia era en sí misma la revelación divina», es insostenible, por dos razones principales. Primera: el hecho histórico de que para todos los Reformadores Cristo era la Palabra de Dios encarnada y la Biblia la Palabra de Dios escrita, y para todo el movimiento de la Reforma el principio de autoridad era la Biblia, en contraste con la Iglesia (Roma) o con la razón humana (modernismo). Que en este particular Lutero estaba en completo acuerdo con Calvino, no con Morrison, puede verse en el artículo del Dr. Theodore Graebner, «The Place of the Bible in Protestantism», publicado en The Lutheran Witness, 2 de julio de 1946.

Segunda razón: que cuando el Dr. Morrison dice que «la mentalidad protestante no ha dejado que Cristo sea el intérprete de la Biblia, sino que se ha valido de ésta como intérprete realista y literal de Cristo», surge inmediatamente la cuestión de a qué Cristo se refiere. ¿Se refiere Morrison al Cristo que nos pinta en su teoría de la resurrección, o al Cristo que dijo: «La Escritura no puede ser quebrantada» (Jn. 10:35), y: «Hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley» (Mt. 5:18)?

Por lo demás, debemos recordar al lector, en pro de una visión de conjunto más completa, que el extinto profesor L. Berkhof dividía a los modernistas contemporáneos en dos grupos: «los teólogos sociales o mejoristas», entre los que contaba a los hombres de la Escuela de Teología de Chicago; y «los nuevos teístas», con nombres como Wobbermin, Hocing y Fosdick, el Fosdick posterior al Beyond Modernism. Este último grupo pone mayor énfasis en la personalidad de Dios, a quien considera transcendente e inmanente.

Cuando al principio el barthianismo revolucionó el mundo teológico, se creyó, por un momento, que el modernismo había fallecido virtualmente de puro viejo. Pero el libro del Dr. C. Van Til, The New Modernism, colocó al barthianismo en el mismo terreno que el modernismo. A esto siguió el agudo análisis del Dr. Chales Clayton Morrison, «The Liberalism of Neo-Orthodoxy», publicado en The Christian Century, en sus números del 7, 14 y 21 de junio de 1950. En el mismo sentido se expresó el Dr. Wilhelm Pauck, en el capítulo «A Defense of Liberalism», de su libro The Heritage of the Reformation (Beacon Press, Boston, 1950). Además de estos títulos, el lector interesado en posseer unos conocimientos documentados, debiera leer también The Triumph of Grace in the Theology of Karl Barth, de G. C. Berkouwer (Wm. B. Eerdmans Publishing Co, Gran Rapids, 1956).

Que el antiguo modernismo, con sus negaciones del nacimiento virginal, la resurrección corporal de Cristo, la inspiración de la Escritura, y otros casos semejantes, en modo alguno ha abdicado, es más que evidente por los hechos que a continuación relatamos: En Holanda, L. Praamsma ha demostrado con cierta latitud que la situación ha cambiado muy poco («Zijn Er Nog Vrijzinnigen?», en Gereformeerd Weekblad, octubre y noviembre de 1950). En China, el antiguo libro de Machen, Christianity and Liberalism, fue traducido al chino en 1950. En los Estados Unidos, Chester A. Tulga afirma que los misioneros en Asia están quitando «del Evangelio» todo cuanto pueda desagradar a la mentalidad pagana (The Case Against Modernism in Foreign Missions, Conservative Baptist Fellowship, Chicago, 1950).»

Las citas que hagamos más adelante, tomadas de obras recientes, revelarán —hemos de decirlo con profundo pesar— que muchos que enconadamente objetarían ser clasificados con los modernistas, mantienen respecto a la Escritura la misma actitud que los unitarianos y modernistas de antaño. La verdad bíblica se convierte en algo que depende de la reacción del lector en cuanto a lo que está escrito; es decir, que no halla en la Escritura una declaración objetiva y autoritaria de la verdad.

EL MODERNISMO Y LA DOCTRINA CRISTIANA

Que el unitarianismo y el modernismo se oponen firmemente a las esencias del cristianismo, puede colegirse de las citas que más adelante damos, y que han sido tomadas casi al azar. Como en el espiritismo contemporáneo, también aquí encontramos una tendencia al uso de expresiones más suaves y amables. Esto es debido, no a una mayor tolerancia, sino a una mayor indiferencia hacia todo lo que signifique instrucción doctrinal, fruto lógico del pragmatismo. Es de observar, sin embargo, que las enseñanzas cardinales y los grandes hechos redentores de la religión cristiana, son rechazados con el mismo encono que en los escritos más antiguos.

La Biblia

Unitarianismo, «Nuestra salvación ya no depende de un hombre ni de un libro. Los hombres nos ayudan; los libros nos ayudan; pero sustentando todo ello está nuestra divina razón.»

«El Antiguo Testamento es la narración de la vida primitiva, pensamiento y lucha del pueblo judío, quizás el más notable y, en general, admirable de los que conocemos. El Nuevo Testamento se compone de los relatos de la vida y obra de Jesús, relatos que fueron escritos mucho después de su muerte, por personas que nunca le vieron ni oyeron, pero que quedaron profundamente impresionadas por lo que se decía de Él, en narraciones más o menos adornadas, como fruto de una época de gran credulidad, por hombres simples y sencillos y, en la mayoría de los casos, sin cultura alguna. Con todo, y a pesar de estos defectos, 3a belleza del carácter divinamente humano de Jesús brilla esplendoroso, y una gran multitud de personas viven Su espíritu y siguen, aunque de lejos y con pasos vacilantes, Su glorioso ejemplo.»

Modernismo, «El hombre puede progresar sin la Biblia, puede vivir una vida justa y religiosa sin ella y sin ningún otro libro sagrado. Quien no conozca la Biblia, o cuyo conocimiento le haya llegado a una edad poco impresionable, probablemente jamás sentirá que le falte algo.»

«La única cosa preciosa que se halla en peligro es la reputación de honestidad y candor de la Iglesia. La causa de la verdad jamás progresará en manos de hombres que no se atrevan a enfrentarse con los hechos. Es descorazonador que aun en nuestros días haya hombres inteligentes y nobles que se nieguen a admitir que Pablo estaba equivocado…

«El concepto tradicional acerca de la inspiración debe ser reestructurado (…) La estampa de un apóstol inerrante e inspirado, que todavía permanece en la mente de muchos, es obra de una imaginación piadosa e ignorante…

«Él [Pablo] escribió una carta a los tesalonicenses, y fue tanto el alboroto que formó, que se vio obligado a escribir una segunda explicando lo que había querido decir con la primera. Escribió otra carta a los corintios, con unos conceptos tan extremos, que le fue necesario escribirles de nuevo para atemperar un poco sus palabras.»
«Estamos acostumbrados a pensar en la inspiración como un proceso que produjo un libro garantizado contra todo error en cada una de sus partes, y que contiene desde el principio hasta el fin un sistema uniforme de verdad. Ninguna mente instruida es capaz de creer esto ahora.»
25 «Sabemos ahora que todas las ideas de la Biblia tuvieron unos orígenes primitivos e infantiles, y que, no obstante sus muchos reveses y dilaciones, crecieron en altura y profundidad hasta culminar con el Evangelio de Jesucristo. Sabemos ahora que la Biblia es el relato y testimonio de este admirable desarrollo espiritual.»

«Por tanto, la Biblia no sólo es inspirada como cualquier otra obra honesta lo es, sino por el mismo proceso. Si revela una medida más alta de inspiración que cualquier otra obra, no es porque le haya sido dado o venido de fuera, sino porque ella misma lo ha logrado.»
«Así pues, la revelación que se atribuye al Nuevo Testamento no es un dogma fijo y permanente, comunicado de modo sobrenatural, sino una Vida engendrada por el Espíritu de Jesucristo. Esta vida implica, sin duda alguna, ciertas verdades o doctrinas que deben permanecer siempre y ser retocadas de vez en cuando. Pero sólo son sostenibles en y por la participación en la Vida misma. Lo que les da valor no son los dogmas de la tradición eclesiástica ni la hipótesis arbitraria de la inspiración verbal, sino la autoridad con que la vida habla a la vida.»

«La insistencia de la Reforma sobre la autoridad de la Escritura como contraria a la de la Iglesia, encierra en sí el peligro de una nueva idolatría. A veces su biblismo se convirtió en algo tan peligroso para la libertad de la mente humana, en su búsqueda de las causas y efectos, como la vieja autoridad religiosa.»

La expiación cruenta

Modernismo, «Él [el primitivo hombre embrutecido] existía mucho antes de que Harvey descubriera el sistema circulatorio. Pero cuando el hombre se hirió por primera vez y la sangre brotó, interpretó el hecho como una manifestación de la existencia de vida en la sangre. Inmediatamente llegó a la conclusión de que la sangre era algo precioso, sagrado. Y como tenía por costumbre repartir con sus dioses todo cuanto de bueno poseía, creyó que éstos se agradarían con el olor y los humos de la carne cocida, y en especial con la sangre. Así fue como la idea de sacrificio sangriento se introdujo en las religiones.»

«¿Quién puede mirar a aquel ser que pende de la cruz y clama «¡Consumado es!», y creer que en verdad todo está consumado? ¿Es éste el fin de una vida semejante? ¿Es esto todo? ¿Es posible que estemos viviendo en un universo que produce un hombre como éste y luego lo destroza inicuamente? Nuestra alma se subleva ante semejante idea. No está consumado, no.

Debemos vindicar al mundo de tamaña acusación.»

«La teología cristiana tenía que encontrar la explicación del sistema sacrificial judío; su muerte [de Cristo] había de ser el único y gran sacrificio que respondiera eternamente a las exigencias de la justicia divina. Es casi seguro que ni el mismo Jesús creyera estas cosas.

«La salvación de un hombre por medio de la cruz, no depende de la aceptación de determinada interpretación de lo que ocurrió en la muerte de Jesús. Cuidado con el maestro que fascinado por el modo, los detalles, y la mecánica de la salvación, se olvida del salvador y del salvado (…) En vez de descender a la cuestión sustantiva de quién se salva, de qué se salva y por qué se salva, nos hace divagar sobre el cómo, la disposición, y el procedimiento por el que se obró la salvación. En lugar de remitirnos a la cruz, que habla por sí sola y nos transmite su propio mensaje, nos pide que nos sometamos a una doctrina particular que interpreta lo que realmente ocurrió hace muchos siglos. Es como si se nos dijera que la luz no se encendería al tocar el interruptor, si antes no podemos dar nuestro visto bueno a una dinamo o turbina especiales…

«El cómo de la cruz es uno de los profundos misterios de la fe, al que sólo muy superficialmente hacen justicia las mejores de nuestras metáforas. Pero la salvación que se nos presenta allí, viene de quien nosotros vemos allí y de lo que el hecho supone para nosotros. Unos cristianos ven que es el Hijo de Dios quien pende de la cruz; otros sólo al más grande, sincero y mejor de los hombres crucificado.

Empero todos ven por igual quién llevó a Jesús a esta cruz (…) nosotros lo llevamos (…) En la cruz vemos que Dios nos perdona lo que nosotros mismos no podíamos perdonarnos; que quiere que volvamos al hogar con Él, sin esperar a que nos hagamos lo suficientemente dignos de su amor, mas anhelando tenernos tal como somos, con toda nuestra vergüenza y confusión; que Él llega a este incomprensible extremo e incluso —como algunos acostumbran a decir— sufre esta inexplicable agonía, para explicarnos, para mostrarnos, para ofrecernos el camino del regreso.»

El cristiano

Modernismo, «El cristiano es semejante y tiene muchas cosas en común con las demás personas. Se parece a ellas en sus instintos, en su capacidad de sentir amistar, en ser leal y fiel a un ideal o a un propósito (…) Al igual que sus semejantes, tiene su temperamento propio y característico. Puede ser jovial o melancólico, activo o indolente (…) El cristiano, sin embargo, cualquiera que sea su natural, es aquel que ha conformado sus sentimientos para vivir según el modelo y dechado de Jesús.»

Hasta qué punto puede ser llamada plena y adecuadamente cristiana una persona cuya religión se ocupa, de modo esencial, de su salvación personal en otro mundo, por medio de doctrinas cuyo asentimiento considera, cómo no fundamental, es cuestionable.»

La Iglesia

Unitarianismo, «La Iglesia, según la comprensión unitariana de las cosas, es puramente una institución humana (…) La Iglesia no es más que una organización de interés religioso humano. La institución, no importa sus tradiciones, pretensiones y formas, no puede tener más autoridad que la que naturalmente procede de las dotes intelectuales y espirituales de las personas que la componen.

Como a cualquier otra institución, le asiste el derecho de exigir a los que quieren entrar en ella, que se ajusten a unas normas y condiciones; pero ofrecer la salvación o la condenación eternas, escapa a sus derechos y poderes. Ser miembro de una iglesia no asegura a nadie una posición privilegiada después de la muerte. La Iglesia es fuente de salvación y justicia en la comunidad, sólo, cuando y en la medida en que sus miembros sean ejemplos vivos del carácter más puro y noble.»

Modernismo, «Nosotros, los protestantes, debiéramos escudriñar hoy nuestros corazones con la siguiente pregunta: ¿Hemos dado al Señor Jesucristo la clase de Iglesia que Él se merece? Él es la Cabeza de la Iglesia, y nosotros, como Sus discípulos, somos uno en Él. Pero nosotros no le hemos honrado con una Iglesia por la que Él hubiera podido manifestarse en la verdadera dignidad y poder de su presencia redentora. En verdad que no es una iglesia lo que le hemos dado, sino muchas «iglesias», y a ninguna de ellas Él la reconoce como Suya.

Y muy pocos de nosotros, si es que hay alguno, podría responder, ni un solo momento, a la pretensión de que nuestra iglesia denominacional es la Iglesia de Cristo. Él no ha visto que ninguna de ellas sea la Suya. Todas y cada una son de creación humana. En sus comienzos su cuerpo fue roto —«diezmado por los cismas» (…) Quienes esperan devotamente el gran avivamiento espiritual del protestantismo —¿y quién no lo anhela?— pueden estar seguros de que tal despertar no ocurrirá hasta que le devolvamos a Cristo la Iglesia que Él creó y que su Señorío merece…»

El Credo

El Dr. Charles Edward Park, último pastor de la Primera Iglesia Unitariana de Boston, respondiendo a la pregunta de por qué los unitarianos no usan el Credo de los Apóstoles en su forma normal, dijo: «Sentimos gran respeto hacia él. Muchos cristianos pueden repetirlo con perfecta honradez y sinceridad; pero nosotros no somos de ésos; no nos vale para expresar nuestra fe» (The Christian Register, revista mensual unitariana, correspondiente al mes de julio). He aquí la versión que del Credo nos hace el septuagenario Dr. Park, «Creo en (un único, eterno, inclusivo y saturador Principio de Vida, cuya fuente y perfecta personificación es Dios, que aparece en diferentes grados de incorporación en las diversas formas vivientes, que es el prototipo de toda gracia, poder y nobleza existentes en su creación, y que yo llamo) Dios Padre Todopoderoso, Creador de cielos y tierra; y en Jesucristo (no) su único Hijo (porque, ¿de quién soy hijo yo?; sino), nuestro Señor (porque él es casi la más perfecta incorporación que yo conozco del Principio de Vida); que (ni) fue concebido del Espíritu Santo, (ni) nació de la Virgen María (pues fue concebido y nació exactamente igual que todos nosotros; y que) padeció bajo el poder de Poncio Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado. Y (no) descendió al infierno (puesto que el infierno no es una condición espiritual, jamás llegó a ver ni sus puertas).

Al tercer día (las angustiadas mujeres encontraron su tumba vacía, y llegaron a la conclusión de que por la noche) resucitó de entre los muertos; (no) subió al cielo (puesto que el cielo no es un lugar, sino una condición espiritual, él nunca dejó el cielo), y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso (si os sirve de consuelo). Desde allí ha de venir (si es que no ha venido ya) a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo (yo llamo así al espíritu en que Dios obra), la santa Iglesia Católica (hasta donde llegue en su intento de ser santa y católica), la comunión de los santos (en la que tengan), el perdón de los pecados, la resurrección de la carne (si carne significa personalidad; no, si se refiere a mi cuerpo mortal; porque hasta que muera, éste está enfermo y tengo la esperanza de salir pronto de este estado), y la vida perdurable (que representa la oportunidad de acabar para siempre con las inseguras ocasiones de esta vida). Amén.»

La Divinidad de Cristo

Unitarianismo, «¿Me permiten que diga, tan claramente como pueda, que yo, como unitariano, creo en la divinidad de Jesús? Ahora bien, a renglón seguido digo que también creo en la divinidad del hombre, en la divinidad de toda forma de vida. El dogma que yo rechazo es el de la divinidad exclusiva de Jesús. Yo no creo que el Eterno se agotara a sí mismo en una manifestación histórica. No creo que el Infinito pueda ser encerrado en la forma de una criatura, aun cuando fuera tan sublime como lo fue la personalidad del Hombre de Nazaret.

Mi diferencia con las iglesias ortodoxas no está en que éstas hayan hecho a Jesús Dios, sino en que se parasen ahí. Yo veo la vida divina fluyendo por doquier, que llena y satura cada rincón y poro del universo. Penetra en todo hombre; se muestra en todo lo que vive (…) La diferencia entre la forma más simple de vida y la más sublime, no es de cualidad, sino de grado. Jesús difiere de los demás hombres exclusivamente en su mayor capacidad para manifestar esta vida única.»

«Ante el ineludible reconocimiento de que los discípulos de Sócrates, Buda, Confucio, Mahoma y otros han podido experimentar el hecho de una integridad personal (salvación), la expresión cristológica puede ser parafraseada como que «Jesús es un Cristo». Jesús es sólo uno de los cristos que han aparecido en la historia, y su mediación no es, por tanto,

únicamente absoluta o absolutamente única; bien que es ambas cosas para aquellos de nosotros que así las hemos experimentado.»

Modernismo, «Quizá baste decir que el Jesús histórico creó al Cristo de la fe, en la vida de la Iglesia primitiva, y que su vida histórica guarda relación con el Cristo transcendente como símbolo último y final de la relación que la religión profética ve entre todo tipo de vida, la historia, y lo transcendente.» «Cristo es el símbolo de lo que el hombre debe ser y de que Dios está muy por encima de lo humano.»

La depravación

Unitarianismo, «Pregunta: ¿Qué Evangelio debemos predicar a «los malos»?
«Respuesta: El Evangelio que proclama que la mala vida no es la verdadera naturaleza del hombre; que éste puede y debe dejar el mal camino con sólo permitir que la chispa de su buena voluntad toque su alma, y entonces será como una nueva criatura.»

«El unitarianismo es una actitud del alma hacia los hombres. Por ser Dios nuestro Padre, todos nosotros somos sus hijos. Esto, lógicamente, es una perogrullada; pero su significancia es muy profunda. Lo primero que hace es socavar por completo la doctrina de la depravación total del hombre (…) Que Dios es nuestro Padre significa que el hombre participa en la esencia divina (…) Esta idea fundamental del unitarianismo tiene multitud de aplicaciones prácticas. Modifica nuestro concepto de la educación y de los métodos reformadores. La educación moderna confía cada vez más en los instintos naturales del niño. Su consigna no es la represión, sino la expresión (…) El carácter es la meta final de todos nuestros esfuerzos.»

Modernismo, «El cristianismo tiene en su esencia la promesa de que, no importa cuánto nos podamos ver sumidos en desobediencia, ni cuan larga e intensa sea nuestra vida de pecado deliberado, siempre es posible, si somos sinceros con nosotros mismos y con Dios, volver atrás y cambiar. Podemos comenzar de nuevo sin sentirnos bajo sentencia alguna de condenación.»

El diablo

Modernismo, » [Satán] nunca reapareció en el Antiguo Testamento sino hasta después de que la influencia persa comenzara a sentirse (…) Así pues, habiendo sacado a la luz claramente el origen y desarrollo de la categoría [los demonios], no tenemos por qué sentirnos turbados cuando los hallemos en la Biblia.»

La caída del hombre Unitarianismo, «La historia de la creación de Adán y Eva, de su inocencia primigenia, y de su caída, han venido a ser para nosotros como algo que pertenece al folklore. En dicha historia la caída explicaba el origen del pecado; y la horrible teoría de la propagación del mismo, erigida por Agustín sobre la base de la caída, fue aceptada por los teólogos católicos oficiales. El triunfo de Darwin acabó por completo con todo el esquema teológico.»

«Diferencia Real entre el Cristianismo Unitariano y la Ortodoxia Tradicional. Esta diferencia no se refiere a la cuestión de la Trinidad, sino a algo mucho más profundo. Lo que las iglesias unitarianas y otras muchas de pensamiento liberal rechazan, es la doctrina calvinista de la caída del hombre y de la depravación de la naturaleza humana. Creemos firmemente que somos hijos del Altísimo; que nuestra naturaleza no ha sido arruinada, sino que está incompleta; que en nosotros está latente una naturaleza sublime y divina, sujeta a un desarrollo y progreso. En lugar del pesimismo calvinista, nosotros colocamos la alentadora fe en la naturaleza del hombre; no solamente en lo que es, sino en lo que debe ser…»

Modernismo, «La antigua teología ha denominado a aquella experiencia «la caída del hombre»; pero si realmente fue una caída, lo fue hacia adelante. El nombre, al conocer el bien y el mal, se hizo semejante a Dios, y en ello dio su primer y principal paso hacia adelante.»

«Las connotaciones metafísicas del mito de la caída son, sin embargo, menos importantes para nuestro propósito que las de carácter psicológico y moral. Es en su interpretación de los hechos de la naturaleza humana, más que en su visión indirecta de la relación que existe entre el orden y el caos como tales, que el mito de la caída contribuye más profundamente a la teoría moral y religiosa. La idea más básica y fructífera que nos brinda este antiguo mito, es el concepto de que el mal radica en la conjunción de la naturaleza y el espíritu.

El mal no se concibe simplemente como la consecuencia de la temporalidad o producto de las necesidades de la naturaleza. El pecado no puede ser entendido en los términos de la libertad de la sola razón humana, ni tampoco en los términos de las armonías circunscritas en que el cuerpo humano se desenvuelve. El pecado radica en la conjunción del espíritu y la naturaleza, en el sentido de que las características exclusivas y peculiares de la espiritualidad humana, en sus tendencias malas y buenas, pueden ser comprendidas sólo por el análisis de la relación paradójica existente entre libertad y necesidad, entre la finitud y el anhelo que la vida humana siente por lo eterno.

Dios

Unitarianismo, «Algún día podremos ocuparnos de los mitos y leyendas de la Biblia, romo hacemos con los de otras gentes. Entonces Abraham y Prometeo, Sansón y Hércules, aparecerán juntamente como héroes legendarios, al tiempo que Zeus y Jehová serán relegados a la categoría de dioses humanos muertos.»

Modernismo, «Según se predica en nuestras iglesias protestantes, la Trinidad ha sido expuesta frecuentemente poco más o menos como una fórmula matemática en la que tres son uno, y uno tres. Digamos en defensa de los primeros Padres de la iglesia primitiva, que introdujeron en ella la idea filosófica de la Trinidad, que no expusieron semejante absurdo matemático en la forma en que es característica de nuestros pulpitos, que confunden e identifican una persona con tres. Si, por tanto, alguien no ve muy clara esta fórmula de la Trinidad, la receta liberal es de toda confianza, conviértase la fórmula en la experiencia de la que procede. La Trinidad que importa es la Trinidad de la experiencia.»

«Sin embargo, cuando se descartan las presuposiciones metafísicas del pensamiento helenístico, la doctrina aparece entonces más como un símbolo de la fe cristiana que como una descripción literalmente exacta. El protestantismo liberal generalmente adopta esta posición.»

«Dios es la obra de la naturaleza, la imaginación y el deseo humanos.»

«Yo no creo en ningún Dios que haya sido inventado en alguna doctrina, que pretenda haberse revelado, y que haya sido explicado en un esquema de inmortalidad (…) No hay evidencia fidedigna de la absoluta existencia de Dios.»

«Dios no es un Ser ni tiene existencia alguna, sino más bien un orden de la naturaleza que incluye a los hombres y a sus aspiraciones sociales.»

«Moisés tuvo una experiencia religiosa extraordinaria, que le llevó a entrar en un pacto exclusivo con Jehová, o Yahweh, un dios de la tempestad de Madián.

«Es imposible que Moisés fuera monoteísta, o que conscientemente pensara en el monoteísmo.»

El Espíritu Santo

«No existe contradicción alguna en el hecho de que las Buenas Nuevas fueran formuladas en términos cosmológicos, filosófico-históricos y psicológicos, o en cualquiera de ellos, que, tomados en su justo valor, son por completo inadmisibles al hombre moderno inteligente. Por ejemplo, el cristiano está tan familiarizado con la idea de que el Espíritu Santo obra sobre el creyente y sobre los elementos sacramentales, que difícilmente se para a considerar lo que esto implica, a saber, el resurgir de un concepto sumamente animista. La invasión de nuestros cuerpos o seres por un «espíritu», ya sea de Dios o bien satánico, la mayoría lo rechaza hoy día, y sólo lo admiten como figura retórica. Una apologética cristiana de este tipo tropieza con grandísimas dificultades.»

El juicio

Modernismo, «Personalmente, en modo alguno pretendo saber los detalles de la vida futura (…) Pero sí estoy seguro de que el viejo entramado bíblico, con su trasfondo de Seol hebraico y día de juicio zoroástrico, no tiene cabida en mi mente.»

«Es necio por parte de los cristianos pretender saber los aderezos del cielo o la temperatura del infierno, o estar demasiado seguros sobre los detalles del Reino de Dios con que se consumará la Historia. Pero es prudente aceptar el testimonio del corazón, que nos habla del temor del juicio.»

«El símbolo del último juicio en la escatología neotestamentaria contiene tres facetas importantes de la concepción cristiana de la vida y la historia. La primera viene expresada en la idea de que Cristo será el juez de la historia. Quiere decir esto que cuando lo histórico se enfrente a lo eterno, será juzgado por su propia posibilidad ideal, y no por el contraste entre lo infinito y el carácter eterno de Dios.»

«Esta fluidez conceptiva de la mitología judeo-cristiana es lugar común de estudio histórico.

Esto nos advierte contra una lectura demasiado literal de las descripciones que encontramos. Si las tomamos literalmente, estamos haciendo más de lo que los judíos y cristianos primitivos hicieron. Lo que a ellos les importaba es lo que a nosotros nos interesa: si no uno, días de juicio, y el gobierno de Dios sobre los hombres y naciones al final de la Historia.»

La naturaleza del hombre

Unitarianismo, «La diferencia entre el Hombre de Galilea del primer siglo y el ciudadano inglés o americano del siglo XIX, si no me equivoco al interpretar mis evangelios, no radica en la capacidad inherente de acercarse a Dios, sino en el grado relativo de realización de un poder latente común a toda la humanidad. Esto es lo que ha dado lugar a la personalidad sin par de Jesús.»

Modernismo, «La encarnación ocurrió en un hombre para que pudiera ocurrir en todos los hombres. Oh hijo de Dios, como Dios vivió en Su Hijo, así vivirá en todos sus hijos o hijas.»

«Cristo no es más divino esencialmente que lo somos nosotros o lo es nuestra naturaleza.»

«Las doctrinas sobre la depravación humana propugnan la debilidad y la resignación. No pocos escritores protestantes han concebido la característica y finalidad del cristianismo en términos de esta doctrina de la inviolabilidad de la persona humana. Este concepto, que tanto ha prevalecido en el pensamiento social del Consejo [Consejo Federal de las Iglesias de Cristo en América], es expuesto clara y hábilmente en los escritos del Dr. F. Ernest Johnson. Si bien sus libros no son pronunciamientos oficiales de la postura del Consejo, nadie ha disfrutado de una mejor posición que él para ver y apreciar el verdadero espíritu de aquél (…) Veamos lo que el Dr. Johnson tiene que decirnos sobre la doctrina antropológica. Cándidamente confiesa que «si el mensaje cristiano es Jesús, su carácter social y ético es ineludible; es la incorporación de la deidad bajo el velo de lo humano». Y también que «la verdad esencial (…) es que el hombre está bajo la orden tajante de expresar y manifestar lo divino en su propia vida y naturaleza». O que «poco a poco, aunque a veces sea con alarmante precipitación, la humanidad va aprendiendo que la divinidad esencial del hombre es un principio primitivo, no derivado».»

«Todos nosotros, cristianos, budistas, sintoístas o de cualquier otra creencia, tenemos mucho que aprender unos de otros y contribuir mutuamente. Estamos convencidos también de que si nuestros guías espirituales quieren hacer algo constructivo por el bien de la sociedad, lo primero que tenemos que hacer es acortar las distancias que nos separan en religión, e intentar conocernos con gran comprensión.»

La justicia original del hombre

«La teología cristiana se ha visto ante la dificultad de refutar la negación racionalista del mito de la caída, sin caer en el error literalista de sostener el hecho como un evento histórico. Una de las consecuencias de este literalismo, que ha afectado gravemente el concepto de la Iglesia acerca del problema de la naturaleza esencial del hombre, es la suposición de que la perfección de la cual el hombre cayó ha de ser circunscrita a un periodo histórico particular, esto es, el periodo paradisíaco anterior a la caída. Esta interpretación cronológica de una relación que no puede expresarse en términos de tiempo, sin que se caiga en falsificación, no debe ser atribuida solamente a la autoridad del mito bíblico.»

Los milagros

Modernismo, «Los milagros bíblicos cada vez más vendrán a ser como fantasmas irreales perdidos en la antigüedad y, apagándose poco a poco, desaparecerán en la más completa incredulidad…

«He aquí el único principio por el que los milagros bíblicos tienen una parte vital en nuestra fe, Siempre que un relato de la Escritura describe una experiencia en términos milagrosos, y podemos reconocer que la misma clase de experiencia nos está abierta o lo estaría si fuésemos capaces de recibir el creciente poder de Dios, dicha narración es fundamentalmente creíble y útil.»

«Precisamente uno de los primeros profetas-maestros se valió de la magia para desacreditar el poder mágico inferior de sus oponentes, los sacerdotes de Baal. Elias hizo llover fuego del cielo para consumir la ofrenda mojada, no sin antes burlarse de los inútiles intentos de los adoradores de Baal. Un tercer ejemplo que muestra la creencia en los poderes mágicos, lo tenemos en las reglas y mandamientos que se dan en el libro de Levítico para purificar las casas después de una visitación de peste o lepra. Estas reglas suenan igual que las descripciones de ceremonias mágicas que encontramos entre las prácticas de los pueblos africanos, australianos (propiamente de Australasia) y de los Mares del Sur.»

La oración

Unitarianismo, «Si estamos viviendo en un mundo gobernado por las leyes naturales, ¿qué falta hace la oración? ¿Puede el hombre, que no es más que un enano, importunando al Todopoderoso, hacerle cambiar Sus propósitos o quebrantar Sus leyes para responder a nuestra petición? En modo alguno: los hombres procedían así en un tiempo de ignorancia y superstición; pero ahora nuestro conocimiento de Dios es mayor, y debemos revisar nuestras ideas respecto a la oración. Debemos acostumbrarnos a ver la oración, no como una súplica, sino como una cooperación; no como pidiendo a Dios que obre en nuestro favor, sino como comprometiéndonos nosotros a obrar con Él.»

«Queremos saber cuál sea el camino de la vida para andar por él. Buscamos una revelación que nos haga conocer el sendero por el que debemos ir. En vano levantamos los ojos al lejano cielo; en vano los bajamos a la página impresa: no hay revelación de arriba; no hay revelación de afuera. Y entonces, regresando de nuestra inútil búsqueda, moramos dentro de nosotros y encontramos allí la luz que alumbra a todo hombre venido a este mundo, la luz que ilumina nuestro entendimiento, la luz de la conciencia y la razón. Al encontrar la luz en nuestra mente y la justicia en nuestro corazón, hemos encontrado nuestra luz; y siguiendo sus destellos, estaremos en el camino de la Vida Eterna. Amén.»

Modernismo, «La única oración que tenemos el derecho moral de pronunciar, es precisamente la oración que, después de todo, nosotros mismos tenemos que responder.» La profecía Modernismo, «Éste fue el mensaje de Jesús: que Dios es inconcebiblemente más bueno de lo que nadie jamás se haya atrevido a pensar. No es un Creador petulante, que ha perdido el control de Su creación y que, en Su ira, ha determinado destruirla por completo.

No es un Juez implacable que dispensa una justicia impersonal. No es un Rey fatuo que ha de ser adulado y sobornado para que tenga misericordia. No es un rígido administrador o cajero que comprueba cada pecado con su castigo correspondiente, en un balance frío e implacable. No es nada de todo esto… ni siquiera parecido… antes bien es un gran Compañero, un maravilloso Amigo, un amable, indulgente y amoroso Padre…»
«Jamás llegaremos a insistir lo suficiente sobre el hecho de que la profecía predictiva está siempre íntimamente relacionada con una teoría no moral de la inspiración.»

La regeneración

Modernismo, «Hay también otra cosa que el Jesús histórico ha hecho: que los hombres crean en la posibilidad de la regeneración y enmienda moral. Él fue el gran especialista en la conservación de los productos de desecho de la humanidad: los pródigos y desheredados…»

«La interpretación moderna se inclina por la vuelta al uso simbólico del concepto de regeneración. Nuestras realidades éticas tratan con caracteres reformados. La regeneración expresa así un cambio radical, vital y ético, antes que un inicio metafísico absolutamente nuevo. La regeneración es un paso vital en el desarrollo natural de la vida espiritual, un ajuste radical a los procesos morales de la vida. Por lo general, se habla más bien de sucesivas renovaciones éticas.

Psicológicamente, esto no significa un «nuevo nacimiento» milagroso, sino nuevas etapas de contacto con el poder espiritual.»

La resurrección

Modernismo, «En la Biblia la inmortalidad es asociada con la resurrección corporal; entre nosotros la inmortalidad se concibe como una evasión del cuerpo.

«Creo en la persistencia de la personalidad después de la muerte; pero no creo en la resurrección de la carne.»

«La idea de la resurrección del cuerpo es un símbolo bíblico que ofende en gran manera al pensamiento moderno, y que hace tiempo que ha sido desplazado por la idea de la inmortalidad del alma, en las más modernas versiones de la fe cristiana. Esta idea de inmortalidad es considerada como expresión más plausible de la esperanza de la vida eterna.»

«Aunque los hombres crucificaron a Jesús, lo sorprendente fue (según cita R. L. Smith, en su opúsculo The Greatest Question que al morir no perdió el contacto con sus seguidores, sino que entró en una vida nueva que le capacitó para estar siempre con los cristianos. Se convirtió en una presencia viva, espiritual, asequible, y cualquiera que anhele sentir esa experiencia podrá, consecuentemente, vivir una vida de cualidad y carácter totalmente nuevos. A esto se refiere Juan cuando habla de «la vida eterna»; porque es susceptible de sobrevivir a todas las experiencias, incluso a la de la muerte.»

La segunda venida

Modernismo, «No creo en el retorno físico de Cristo.»

««Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere, y os aparejare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo; para que donde yo estoy, vosotros también estéis.» «Vendré otra vez.» ¿Cuándo? ¿Dónde? Hay muchos que interpretan este advenimiento, llamado Segunda Venida, como la venida de Cristo en gloria, cuando el juicio, la división y el desenlace final de las cosas tendrán lugar. Para los que así piensan, esta doctrina es sumamente preciosa.

Hay otros, sin embargo, igualmente devotos y fieles, que creen que esto se refiere a la venida del Espíritu de nuestro Señor a los corazones de todos aquellos que se presten a ello, a nuestras vidas, donde Él viene una y mil veces y se queda con nosotros cuando damos cobijo a Su Espíritu. Hay otros también que creen se refiere a Su venida a encontrarse con nosotros cuando la muerte «haya besado nuestros tranquilos párpados». Empero me parece a mí que el tema admite diferencias de opinión, y que lo verdaderamente importante es la promesa de compañerismo y camaradería del Espíritu de nuestro Señor.»

«Ha pasado ya el tiempo en que estas pinturas del Nuevo Testamento permanecían incólumes por deferencia al sentimiento religioso de los fieles. Hoy día hay demasiadas personas a quienes tal doctrina es motivo de tropiezo, cuando no de escándalo. Debemos decir con toda franqueza que no es de esperar un retorno tan dramático de Jesucristo en las nubes, en el curso de la historia. Él tiene su propia forma de venir, que no es esa…

«Para clarificar esta cuestión, debemos comenzar con un reconocimiento doble. Primero: que la doctrina neotestamentaria del advenimiento de Cristo (o declaración del propio Jesús acerca de la venida del Hijo del Hombre) pertenece al orden de afirmaciones simbólicas mítico-poéticas, que no eran interpretadas literalmente por los judíos precristianos ni por la primitiva religión cristiana. Segundo: que (como el profesor Minear ha mostrado tan bien en su obra The Christian Hope and the Second Corning) una comprensión justa de esta enseñanza sólo es posible a la luz de todo el complejo de la experiencia bíblica.»

La impecabilidad de Jesús

«Schleiermacher tiene mucha razón al decir que el ser tentado implica, en cierto sentido, haber pecado; porque la tentación es un estado de ansiedad del que fluye inevitablemente el pecado.»

La sustitución Modernismo, «La culpa y el mérito son personales. No pueden ser transferidos de una persona a otra.

Jugamos con las verdades morales cuando nos dedicamos a enredarlas.»
«La idea que Pablo tenía de la ley, el castigo, la expiación, ofende el sentido moderno de la justicia y contradice nuestros valores éticos en cada uno de sus puntos. Sin intentar caricaturizarlo, podría compararse a las ideas que hoy día se tienen en algunos círculos policíacos. Se ha cometido un crimen sensacional; la gente con gran indignación exige la detención y castigo del criminal.

La policía se encuentra impotente, pero, como es natural, algo hay que hacer para acallar el clamor popular; se «prepara» una acusación contra alguien que plausiblemente sirva de víctima propiciatoria. Se le declara culpable por perjurio, se silencia el rumor público, la majestad de la ley ha sido vindicada, la justicia ha sido satisfecha. Empero la justicia que aquí nos ocupa no es de este tipo. Insistimos en que la culpa del delincuente no puede ser expiada, la justicia no puede ser satisfecha por el castigo del inocente. No obstante esto, nuestra teología se empeña en enseñar que el Todopoderoso no encontró una manera mejor para salvar al hombre que «preparar» una acusación contra Su propio Hijo y sacrificar al inocente por el culpable. Y lo que nos llena de horror cuando lo hacen los hombres, lo ensalzamos y glorificamos cuando lo hace Dios contra Sí mismo.»

«En el llevar el pecado por nosotros, existe un cierto sentido en que podemos decir que Cristo es nuestro sustituto. Él, en Su vida y en Su cruz, hizo algo en nuestro lugar, que nosotros, gracias a Él, ya no tenemos que hacer. Los que de nosotros pasamos las vacaciones en la montaña sabemos cuánto debemos a aquellas personas que abren nuevos senderos y atajos en el bosque; que van marcando el camino con señales en los árboles y poniendo hitos de piedra en las laderas de las cumbres, más allá del límite de la vegetación (…) Al tomar sobre Su conciencia el pecado del mundo y dejar que los hombres le mataran, nuestro Señor sufrió el Justo por los injustos.

Él ofreció el sacrificio de Sí mismo una vez por todas. Él mostró el camino a la profunda unión con Dios —el camino de la verdad y la devoción, el camino del amor que todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, que nunca deja de ser—. Él marcó la senda con Su sangre. O, empleando una metáfora neotestamentaria, abrió un camino nuevo y vivo. Ese camino, una vez abierto y señalizado, permanece para siempre. Nadie puede repetir el sacrificio vicario de Aquel que se dio a Sí mismo para descubrir la ruta, para ser el camino.

Ya para siempre, todos los que busquen la semejanza divina deben acudir al Padre a través del Hijo; y todos estarán agradecidos al «Pionero y Perfección de la fe», «Autor de salvación eterna». Pero Él sólo es Salvador de aquellos que le obedecen. El sendero de la verdad y la devoción debe ser hollado por quienes anhelan participar de la vida de Él con Dios. La senda del amor vicario debe ser elegida y andada hasta que también nosotros llevemos los pecados de la hombres y nos ofrendemos en pro de su redención.»

«Thomas Paine decía con toda verdad que no puede ser realmente divina aquella religión en que alguna de sus doctrinas escandalice la sensibilidad de un niño. El lector puede dar testimonio de si no se sintió escandalizado cuando en su infancia le explicaron al modo tradicional, por primera vez, la muerte de Jesús. ¿Existe por ventura padre humano capaz de condenar a muerte a los hijos de su corazón, y luego conmutar la pena sacrificando al más querido de todos?»

El nacimiento virginal

Unitarianismo, «Entre los dogmas sostenidos por la Iglesia, está el del nacimiento virginal de Jesús, dogma que es considerado como sagrado. Ahora bien, todo aquel que ha leído y pensado sabe que no existe la más mínima evidencia del hecho sobre el que se ha construido un dogma. Sabemos que su origen se debe a una falsa traducción de la palabra hebrea «alma», que simplemente significa una mujer joven. Esta palabra aparecía en la traducción griega como «parthenos», virgen. El evangelista Mateo, por contar sólo con la versión griega, continuó el error en sus escritos.

Cualquier investigador conoce este detalle, pero la mayoría ha sido muy discreta en proclamarlo (…) Aborrezco el dogma porque arroja un baldón sobre la pura condición de mujer, sobre la madre del lector y sobre la mía. Nuestro nacimiento fue tan divino como el de Jesús, y el amor de nuestros padres y madres tan puro como el de María.»

Modernismo, «El nacimiento virginal no puede aceptarse como hecho histórico. La creencia en el nacimiento virginal de un personaje importante era uno de los métodos comunes, en la antigüedad, para explicar una superioridad poco común. Especialmente es esto cierto respecto a los fundadores de las grandes religiones.»

«La salvación se nos ha acercado porque hemos encontrado, en Jesús, que Dios se identifica con nosotros. Nosotros hemos de convertirnos en salvadores —cuya es la plenitud del dechado que vemos en Cristo— por identificación de nuestras vidas con las de los demás. Este es el evangelio de la encarnación.»

«Solamente cuando se admite que la humanidad es divinidad en germen, y que la divinidad es la humanidad elevada a la enésima potencia, se entrevé una solución. Es lógico que no estemos de acuerdo con los Credos de Nicea y Calcedonia en su forma de explicar la unidad de lo divino y lo humano; pero sí hemos de estarlo plenamente con lo que ellos intentaron afirmar: la semejanza de Cristo con la humanidad y, al mismo tiempo, su diferencia de ella.

«Por tanto, en modo alguno debe relacionarse el nacimiento virginal de Cristo con la divinidad de Jesús, si no es considerando esta divinidad como material. Podemos aceptarlo o rechazarlo en pro de una idea más espiritual de la divinidad, que en cualquiera de los casos retendremos la esencial y básica verdad de las diferencias, la unicidad, la majestad, el señorío de Cristo, Hijo eterno de Dios. Por supuesto que no nos atrevemos a decir que Cristo es Dios, pues tamaña afirmación supondría el inconcebible disparate de que Dios Todopoderoso nació una vez y murió.»

La ira de Dios

Modernismo, «La cólera es una emoción primitiva fruto del resentimiento y del instinto de conservación. En la historia de las religiones, se atribuye frecuentemente cólera a Dios. Los pueblos primitivos, llenos de ingenuidad, creían antropomórficamente que sus dioses sentían ira y sed de venganza. Los escritores del Antiguo Testamento hablan con plena libertad de la ira que Yahweh siente contra los que se oponen a Su voluntad. Y los del Nuevo Testamento hablan de la ira divina que pende sobre quienes rechazan a Cristo. La teología cristiana ha enseñado regularmente que Dios se aíra contra el pecado, pero que Su ira no es inconsistente con Su amor.»

«Para una mente moderna, tales actos caprichosos son inconcebibles cuando se trata de Dios (…) Pero los escritores de [los documentos] «J» y «E» no dudaron en atribuir a Yahweh la pasión de sus propias naturalezas.»

PREGUNTAS PARA EL ESTUDIO

1. Menciónense algunas dt las mejores características del liberalismo religioso moderno.
2. ¿En qué particulares son culpables las iglesias evangélicas de que muchas almas sinceras se hayan entregado al modernismo?
3. ¿Qué es lo que el modernismo tiene en común con todas las sectas religiosas falsas?
4. ¿Tenía razón el Dr. James Snowden cuando llamó a Lutero y a los Reformadores progresistas de los modernistas de su tiempo?
5. ¿Presentan los unitarianos y los modernistas un frente común en cuanto a la propaganda de sus doctrinas y al contenido de las mismas?
6. Evidénciese la falta de honradez intelectual de los modernistas al tratar los principios doctrinales del cristianismo histórico (el presente capítulo está lleno de estas evidencias; también se puede encontrar una aguda acusación al respecto en la crítica que Machen hace de «Modern Use of the Bible», de Fosdick, reimpresa en What Is Christianity?, del mismo Machen).
7. ¿Ha cambiado esencialmente el modernismo después de las dos guerras mundiales?
8. ¿Son una misma religión el modernismo y el funda-mentalismo? ¿Son una misma cosa religiosa el fundamentalismo y la ortodoxia, esto es, el cristianismo histórico?
9. ¿A qué puntos del Apocalipsis se adhiere aparentemente el autor? ¿Qué opina el lector sobre el libro de la Revelación?
10. ¿Dónde está el error en presentar «el Señorío de Cristo» como base para la unidad ecumenicista? ¿Dónde está la equivocación del fundamento que el Dr. Charles C.
Morrison pone para la unidad de la Iglesia? ¿Puede el lector, de alguna manera, concordar con la opinión del Dr. Morrison acerca del carácter de la Iglesia?
11. Pruébese con citas la amplia divergencia que existe entre el modernismo y la postura bíblica sobre las doctrinas cristianas fundamentales.




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